Pedro Antonio de Alarcуn - El Amigo de la Muerte




1
MЙRITOS Y SERVICIOS
Йste era un pobre muchacho, alto, flaco, amarillo, con buenos ojos negros, la
frente despejada y las manos mбs hermosas del mundo, muy mal vestido, de
altanero porte y humor inaguantable... Tenнa diecнnueve aсos, y llamбbase Gil
Gil.
Gil Gil era hijo, nieto, biznieto, chozno, y Dios sabe quй mбs, de los mejores
zapateros de viejo de la corte, y al salir al mundo causу la muerte a su madre,
Crispina Lуpez, cuyos padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos honraron
tambiйn la misma profesiуn.
Juan Gil, padre legal de nuestro melancуlico hйroe, no principiу a amarlo desde
que supo que llamaba con los talones a las puertas de la vida, sino meramente
desde que le dijeron que habнa salido del claustro materno, por mбs que esta
salida le dejase a йl sin esposa; de donde yo me atrevo a inferir que el pobre
maestro de obra prima 'y Crispina Lуpez fueron un modelo de matrimonios cortos,
pero malos. Tan corto fue el suyo, que no pudo serlo mбs, si tenemos en cuenta
que dejу fruto de bendiciуn... hasta cierto
punto. Quiero significar con esto que Gil Gil era sietemesino, o, por mejor
decir, que naciу a los siete meses del casamiento de sus padres, lo cual no
prueba siempre tina misma cosa... Sin embargo,y juzgando sуlo por las
apariencias, Crispina Lуpez merecнa ser mбs llorada de lo que la llorу su
marido, pues al pasar a la suya desde la zapaterнa paterna, lle
vуle en dote, amйn de una hermosura casi excesiva y de mucha ropa de cama y de
vestir, un riquнsimo parroquiano -Ўnada menos que un conde, y conde de
Rionuevo!-, quien tuvo durante algunos meses (creemos que siete), el extraсo
capricho de calzar sus menudos
y delicados pies en la tosca obra del buen Juan, representante el mбs indigno de
los santos mбrtires Crнspнn y Crispiniano, que de Dios gozan...
Pero nada de esto tiene que ver ahora con mi cuento, llamado El amigo de la
muerte.
Lo que sн nos importa saber es que Gil Gil se quedу sin padre, o sea sin el
honrado zapatero, a la edadde catorce aсos, cuando ya iba йl siendo tambiйn un
buen remendуn, y que el noble conde de Rionuevo, compadecido del huerfanito, o
prendado de sus clarнsimas luces, que lo cierto nadie lo supo, se lo llevу a su
propio palacio en calidad de paje, no empero sin
gran repugnancia de la seсora condesa, quien ya tenнa noticias del niсo parido
por Crispina Lуpez.
Nuestro hйroe habнa recibido alguna educaciуn -leer, escribir, contar y doctrina
cristiana-; de manera que pudo emprenderla, desde luego, con el latнn, bajo la
direcciуn de un fraile jerуnimo que entraba mucho en casa del conde ... ; y en
verdad sea dicho,
fueron estos aсos los mбs dichosos de la vida de Gil Gil; dichosos, no porque
careciese el pobre de disgustos (que se los daba y muy grandes la condesa,
recordбndole a todas horas la lezna y el tirapiй), sino porque acompaсaba de
noche a su protector a casa del duque de Monteclaro, y el duque de Monteclaro
tenнa una hija, presunta universal y ъnica heredera de todos sus bienes y rentas
habidos y por haber, y hermosнsima por afiadidura. ... aunque el tal padre era
bastante feo y desgarbado.
Rayaba Elena en los doce febreros cuando la conociу Gil Gil, y como en aquella
casa pasaba el joven paje por hijo de una muy noble familia arruinada -piadoso
embuste del conde de Rionuevo-, la aristocrбtнca niсa no se desdefiу de jugar
con йl a las cosas que juegan los muchachos, llegando hasta darle, por supuesto
en broma, el dictado de novio, y aun a cobrarle algъn cariсo cuando los doce
aсos de ella se convirtieron en catorce, y los catorce de йl en diecisйis. Asн
transcurrieron tres aсos mбs.
El hijo del zapatero viviу todo este tiempo en una atmуsfera de lujo y de
placeres: entrу en la corte, trato con la grandeza, adquiriу sus modales,
tartamudeу el francйs (entonces muy de moda) y aprendiу, en fin, equitaciуn,
baile, esgrima, algo de ajedrez y un poco de nigromancia.
Pero he aquн que la Muerte vino por tercera vez, y йsta mбs despiadada que las
anteriores, a echar por tierra al porvenir de nuestro hйroe. El conde de
Rionuevo falleciу ab intestato, y la condesa viuda, que odiaba cordialmente al
protegido de su difunto, le participу, con lбgrimas en los ojos y veneno en la
sonrisa, que abandonase aquella casa sin pйrdida de tiempo,
pues su presencia le recordaba la de su marido, y esto no podнa menos de
entristecerla.
Gil Gil creyу que despertaba de un hermoso sueсo, o que era presa de cruel
pesadilla. Ello es que.cogiу debajo del brazo los vestidos que quisieron
dejarle, y abandonу, llorando a lбgrima viva, aquel que ya no era hospitalario
techo.
Pobre, y sin familia ni hogar a que acogerse, recordу el desgraciado que en
cierta calleja del barrio de las Vistillas poseнa un humilde portal y algunas
herramientas de zapatero encerradas en un arca; todo lo cual corrнa a cargo de
la vieja mбs vieja de la vecindad, en cuya casa habнa encontrado el mнsero
caricias y hasta confituras en vida del virtuoso Juan Gil... Fue,
pues, allб: la vieja duraba todavнa; las herramientas se hallaban en buen
estado, y el alquiler del portal le habнa producido en aquellos aсos unos siete
doblones, que la buena mujer le entregу, no sin regarlos antes con lбgrimas de
alegrнa.
Gil decidiу vivir con la vieja, dedicarse a la obra prima y olvidar
completamente la equitaciуn, las armas, el baile y el ajedrez... ЎPero de ningъn
modo aElena de Monteclaro!
Esto ъltimo le hubiera sido imposible.Comprendiу, sin embargo, que habнa muerto
para
ella, o que ella habнa muerto para йl, y antes de colocar la fъnebre losa de la
desesperaciуn sobre aquel amor inextinguible, quiso dar un adiуs supremo a la
que era hacнa mucho tiempo alma de su alma.
Vistiуse, pues, una noche con su mejor ropa de caballero y tomу el camino de la
casa del duque.
A la puerta habнa un coche de camino con cuatro mulas ya enganchadas.
Elena subнa a йl seguida de su padre.
-ЎGil! --exclamу dulcemente al ver al joven.
-ЎVamos! -gritу el duque al cochero, sin oнr lavoz de ella ni ver al antiguo
paje de Rionuevo.
Las mulas partieron a escape.El infeliz tendiу los brazos hacia su adorada, sin
tener ni aun tiempo para decirle Ўadiуs!
-ЎA ver! -gruсу el portero-; Ўhay que cerrar!
Gil volviу de su atolondramiento.
-ЎSe van! -dijo.
-Sн, seсor: Ўa Francia! -respondiу el portero secamente, dбndole con la puerta
en los hocicos.
El ex paje volviу a su casa mбs desesperado que nunca, desnudуse y guardу la
ropa; se vistiу lo peor que pudo; cortуse los cabellos; se afeitу un ligero bozo
que ya le apuntaba, y al dнa siguiente tomу posesiуn de la desvencijada silla
que Juan Gil ocupу durante cuarenta aсos entre hormas, cuchillas, leznas y
cerote.
Asн lo encontramos al empezar este cuento, que,como ya queda dicho, se titula El
amigo de la muerte.
II
MБS SERVICIOS Y MЙRITOS
Acababa el mes de junio de 1724. Gil Gil llevaba dos aсos de zapatero; mas no
por esto creбis que se habнa resignado con su suerte. Tenнa que trabajar dнa y
noche para ganarse el preciso sustento, y lamentaba a todas horas el deterioro
consiguiente de sus hermosas manos; leнa cuando le faltaba parroquia, y ni por
casualidad pisaba en toda la semana el dintel de su escondido albergue. ЎAllн vi

vнa solo, taciturno, hipocondrнaco, sin otra distracciуn que oнr de labios de la
vieja alguna que otra descripciуn de la hermosura de Crнspina Lуpez o de la
generosidad del conde de Rionuevo!
Ahora, los domingos, la cosa variaba completamente. Gil Gil se ponнa sus
antiguos vestidos de paje,
muy conservados el resto de la semana, y se iba a las gradas de la iglesia de
San Millбn ', la mбs prуxima al palacio de Monteclaro, y donde su inolvidable
Elena oнa misa en mejores tiempos.
Allн la esperу un aсo y otro, sin verla aparecer. En cambio, solнa encontrar
estudiantes y pajes que tratу cuando niсo, y que le ponнan ahora al corriente de
cuanto sucedнa en las altas esferas que ya no frecuentaba..., y por ellos
precisamente estaba enterado de que su adorada seguнa en Francia... ЎPor
supuesto, nadie sospechaba en aquellos barrios que nuestro joven fuese en otros
un pobre remendуn, sino que todos lo creнan poseedor de algъn legado del conde
de Rionuevo, quien manifestу en vida demasiada predilecciуn al joven paje, para
que se pudiera creer que no habнa
pensado en asegurar su porvenir!.
Asн las cosas, y por la йpoca que hemos citado al empezar este capнtulo,
hallбndose Gil Gil un dнa de fiesta a la puerta del susodicho templo, vio llegar
dos damas lujosamente vestidas y con gran sйquito, las cuales pasaron lo
bastante cerca de йl para que reconociese en una de ellas a su fatal enemiga la
condesa de Rionuevo.
Iba nuestro joven a esconderse entre la multitud, cuando la otra dama se levantу
el velo, y... i oh, ventura... ! Gil Gil vio que era su adorada Elena, la dulce
causa de sus acerbos pesares.
El pobre mozo dio un grito de frenйtica alegrнa y se adelantу hacia la
beldad.Elena lo reconociу al momento, y exclamу con igual ternura que dos aсos
antes:
- i Gil!
La condesa de Rionuevo apretу el brazo a la heredera de Monteclaro, y murmurу,
volviйndose a   Gil Gil:
-Te he dicho que estoy contenta con mi zapatero... нYo no calzo de viejo! ...
Dйjame en paz.
Gil Gil palideciу como un difunto y cayу contra las losas del atrio.Elena y la
condesa penetraron en el templo. Dos o tres estudiantes que presenciaron la
escena se rieron a todo trapo, aunque no la entendieron completamente.
Gil Gil fue conducido a su casa. Allн le esperaba otro golpe.La vieja que
constituнa toda su familia habнa muerto de lo que se llama muerte senil.
El cayу en cama con una fiebre cerebral muy intensa, y estuvo, como quien dice,
a las puertas de la
muerte. Cuando volviу en sн, se encontrу con que un vecino de aquella calle, mбs
pobre aъn que йl, lo habнa cuidado durante su larga enfermedad, no sin verse
obligado, para costear mйdico y botica, a vender los muebles, las herramientas,
el portal, los libros y hasta el traje de caballero de nuestro joven.
Al cabo de dos meses, Gil Gil, Cubierto de harapos, hambriento, debilitado por
la enfermedad, sin un maravedн, sin familia, sin amigos, sin aquella vieja a
quien amaba como a una madre, y, lo que era peor que todo, sin esperanzas de
volver a acercarse a su amiga  
de los primeros aсos de la juventud, a su soсada y bendecida Elena, abandonу el
portal (asilo de sus ascendientes y ya propiedad de otro zapatero) y tomу a la
ventura por la primera calle que encontrу, sin saber adуnde iba, ni quй hacer,
ni a quiйn dirigirse, ni cуmo trabajar, ni para quй vivir...
Llovнa. Era una de esas tristнsimas tardes en que parece que hasta los relojes
tocan a muerto; en que
el cielo estб cubierto de nubes Y la tierra de lodo; en que el aire, hъmedo y
macilento, ahoga los suspiros dentro del corazуn del hombre; en que todos los
pobres sienten hambre, todos los huйrfanos frнo y todos los desdichados envidia
a los que ya murieron.
Anocheciу, v Gil Gil, que tenнa calentura, acurrucуse en el hueco de una puerta
y se echу a llorar con infinito desconsuelo...
La idea de la inuerte ofreciуse entonces a su imaginaciуn, no entre las sombras
del miedo y las convulsiones (le la agonнa, sino afable, bella y hirninosa, como
la describe Espronceda',
El desgraciado cruzу los brazos contra su corazуn Espronceda, Josй (1808-1842):
Se refiere a la visiуn de la muerte en El Diablo Mundo, Canto 1.como para
retener aquella dulce imagen que tanto descanso, tanta gloria y tanta dicha le
ofrecнa, y, al hacer este movimiento, sintiу que sus manos se posaban sobre una
cosa dura que tenнa en el bolsillo. La reacciуn fue sъbita; la idea de la vida,
o de la conservaciуn, que corrнa atribulada por el cerebro de Gil Gil huyendo de
la otra idea que hemos enunciado, asiуse con toda su fuerza a aquel inesperado
accidente que se le presentaba en el borde mismo del sepulcro.
La esperanza murmurу en su oнdo mil seductoras promesas que le indujeron a
sospechar si aquella cosa dura que habнa tocado serнa dinero o una enorme piedra
preciosa, o un talismбn... ; algo, en fin, que encerrase la vida, la fortuna, la
dicha y la gloria (que para йl se reducнan al amor de Elena de Monteclaro), y,
dicнendo a la muerte: Aguarda..., se llevу la mano al bolsillo.
Pero, Ўay!, la cosa dura era el barrilillo de бcido sulfъrico, o, por decirlo
mбs claramente, de aceite vi
triolo, que le servнa para hacer betъn, y que ъltimo resto de sus ъtiles de
zapatero, se hallaba en su faltriquera por una casualidad inexplicable.
De consiguiente, allн donde el desgraciado creyу ver un бncora de salvaciуn,
encontraron sus manos un veneno, y de los mбs activos.
-ЎMuramos, pues! -se dijo entonces.
Y se llevу el bote a los labios... . Y una mano frнa como el granizo se posу
sobre sus
hombros, y una voz dulce, tierna, divina, murmurу sobre su cabeza estas
palabras:
-ЎHOLA, AMIGO!
 
 
III
DE CУMO GIL GIL APRENDIУ MEDICINA EN UNA HORA
Ninguna frase pudiera haber sorprendido tanto a Gil Gil como la que acababa de
escuchar:
-ЎHola, amigo!
Йl no tenнa amigos. Pero mucho mбs le sorprendiу la horrible impresiуn de frнo
que le comunicу la mano de aquella sombra, y aun el tono de su voz, que
penetraba, como el viento del polo, hasta la mйdula de los huesos. Hemos dicho
que la noche estaba muy oscura...
El pobre huйrfano no podнa, por consiguiente, distinguir las facciones del ser
reciйn llegado, aunque sн su negro traje talar, que no correspondнa precisamente
a ninguno de los dos sexos. Lleno de dudas, de misteriosos temores y hasta de
una curiosidad vivнsima, levantуse Gil del tranco de la
puerta en que seguнa acurrucado y murmurу con voz desfallecida, entrecortada por
el castaсeteo de sus dientes:
-їQuй me querйis?
-ЎEso te pregunto yo! -respondiу el ser desconocido, enlazando su brazo al de
Gil Gil con familiaridad afectuosa.
-їQuiйn sois? -replicу el pobre zapatero, que se sintiу morir al frнo contacto
de aquel brazo.
-Soy la persona que buscas.
-ЎQuiйn! ... їYo?... ЎYo no busco a nadie! -replicу Gil queriendo desasirse.
-Pues їpor quй me has llamado? -repuso aquella persona, estrechбndole el brazo
con mayor fuerza.
-ЎAh! ... Dejadme.
-Tranquilнzate, Gil, que no pienso hacerte daсo alguno... -aсadiу el ser
misterioso-. ЎVen! Tъ       tiemblas de hambre y de frнo... Allн veo una
hosterнa abierta, en la que cabalmente tengo que hacer esta noche...
Entremos y tomarбs algo.
-Bien ... ; pero їquiйn sois? -preguntу de nuevo
Gil Gil, cuya curiosidad empezaba a sobreponerse a los demбs sentimientos.
-Ya te lo dije al llegar: somos amigos... i Y cuenta que tъ eres el ъnico a
quien doy este nombre sobre la tierra! Ўъneme a ti el remordimiento! ... Yo he
sido la causa de todos tus infortunios.
-No os conozco... -replicу el zapatero.
-ЎSin embargo, he entrado en tu casa muchas veces! Por mн quedaste sin madre al
tiempo de nacer;
yo fui causa de la apoplejнa que matу a Juan Gil; yo te arrojй del palacio de
Rionuevo; yo asesinй un domingo a tu vieja compaсera de casa; yo, en fin, te
puse en el bolsillo ese bote de бcido sulfъrico...
Gil Gil temblу como un azogado; sintiу que la raнz del cabello se le clavaba en
el crбneo, y creyу que sus mъsculos crispados se rompнan.
-ЎEres el demonio! --exclamу con indecible miedo.
-ЎNiсo! -contestу la enlutada persona en son de amable censura-. їDe dуnde sacas
eso? ЎYo soy algo mбs y mejor que el triste ser que nombras!
-їQuiйn eres, pues?
-Entremos en la hosterнa y lo sabrбs.
Gil entrу apresuradamente; puso al desconocido ser delante del humilde farol que
alumbraba el aposento, lo mirу con avidez inmensa...
Йrase una persona como de treinta y tres aсos, alta, hermosa, pбlida, vestida
con una larga tъnica y una capa negra, y cuyos luengos cabellos cubrнa un gorro
frigio, tambiйn de luto. No tenнa ni asomos de barba, y, sin embargo, no parecнa
mujer. Tampoco parecнa hombre, a pesar de lo viril y enйrgico de su semblante.
Lo que realmente parecнa era un ser humano sin sexo, un cuerpo sin alma, o mбs
bien un alma sin cuerpo mortal determinado. Dijйrase que era una negaciуn de
personalidad.
Sus ojos no tenнan resplandor alguno. Recordaban la negrura de las tinieblas.
Eran, sн unos ojos de sombra, unos ojos de luto, unos ojos muertos... Pero tan
apacibles, tan inofensivos, tan profundos en su mudez, que no se podнa apartar
la vista de ellos. Atraнan como el mar; fascinaban como un abismo sin fondo;
consolaban como el olvido.
Asн fue que Gil Gil, a poco que fijу los suyos en aquellos ojos inanimados,
sintiу que un velo negro lo envolvнa, que el orbe tornaba al caos y que el ruido
del mundo era como el de una tempestad que se lleva el aire... Entonces, aquel
ser misterioso dijo estas tremendas palabras:
-Yo soy la Muerte, amigo mнo... Yo soy la Muerte, y Dios es quien me envнa...
ЎDios, que te tiene reser vado un glorioso lugar en el cielo! Cinco veces he
causado tu desventura, y yo, la deidad implacable, te he tenido compasiуn.
Cuando Dios me ordenу esta noche llevar ante su tribunal tu alma impнa, le roguй
que me confiase tu existencia y me dejase vivir a tu lado algъn tiempo,
ofreciйndole entregarle al cabo tu espнritu limpio de culpas y digno de su
gloria. El Cielo no ha sido
sordo a mi sъplica. ЎTъ eres, pues, el primer mortal a quien me he acercado sin
que su cuerpo se torne frнa ceniza! ЎTъ eres mi ъnico amigo! Oye ahora, y
aprende el camino de tu dicha y de tu salvaciуn eterna.
Al llegar aquн la Muerte, Gil Gil murmurу una palabra casi ininteligible.
-Te he comprendido... -replicу la Muerte-. Me hablas de Elena de Monteclaro.
-ЎSн! -respondiу el joven.
-ЎTe juro que no la estrecharбn otros brazos que los tuyos o los mнos! ЎY,
ademбs, te repito que he de darte la felicidad en este mundo y la del otro! Para
ello bastarб con lo siguiente: Yo, amigo mнo, no soy la Omnipotencia... ЎMi
poder es muy limitado, muy triste! Yo no tengo la facultad de crear. Mi ciencia
se reduce a destruir. Sin embargo, estб en mis manos darte una fuerza, un poder,
una riqueza mayor que la de los prнncipes y emperadores... ЎVoy a hacerte
mйdico; pero mйdico amigo mнo, mйdico que me conozca, que me vea, que me hable!
Adivina lo demбs.
Gil Gil estaba absorto.
-їSerб verdad? -exclamу cual si luchara con una pesadilla.
-Todo es verdad, y algo mбs que te irй diciendo...
Por ahora sуlo debo advertirte que tъ no eres hijo de Juan Gil. Yo oigo la
confesiуn de todos los moribundos, y sй que eres hijo natural del conde de
Rionuevo, tu difunto protector, y de Crispina Lуpez, que te concibiу dos meses
antes de casarse con el infortunado Juan Gil.
-ЎAh, calla! -exclamу el pobre niсo, tapбndose el rostro con las manos. Luego,
herido de una sъbita idea, exclamу con нndescriptible horror:
-їConque tъ matarбs a Elena algъn dнa?
-Tranquilнzate... -respondiу la divinidad-. ЎElena no morirб nunca para ti! Asн,
pues, Ўresponde!...
їQuieres o no quieres ser mi amigo?
Gil contestу con esta otra pregunta:
-їMe darбs en cambio a Elena?
-Te he dicho que sн.
-ЎPues йsta es mi mano! -aсadiу el joven alargбndosela a la Muerte.
Pero otra idea mбs horrible que la anterior le asaltу en aquel momento.
-ЎCon estas manos que estrechan la mнa -dijo mataste a mi pobre madre!
-ЎSн! ЎTu madre muriу!... -respondiу la Muerte- Entiende, sin embargo, que yo no
le causй dolor alguno... ЎYo no hago sufrir a nadie! Quien os atormenta hasta
que dais el ъltimo suspiro es mi rival
la Vida, Ўesa vida que tanto amбis!
Gil se arrojу en brazos de la Muerte por toda contestaciуn.
-Vamos, pues -dijo el ser enlutado.
-їAdуnde?
-A La Granja, a comenzar tus funciones de mйdico.
-Pero їa quiйn vamos a ver?
-Al ex rey Felipe V'.
-ЎCуmo! їFelipe V va a morir?
-Todavнa no; antes ha de volver a reinar, y tъ vas a regalarle la corona.
Gil inclinу la frente, abrumado bajo el peso de tantas nuevas ideas. La Muerte
lo cogiу del brazo y lo sacу de la hosterнa. No habнan llegado a la puerta,
cuando oyeron a su espalda gritos y lamentaciones. El dueсo de la hosterнa
acababa de morir.
IV
DIGRESIУN QUE NO HACE AL CASO
Desde que Gil Gil saliу de la hosterнa empezу a observar tal cambio en sн mismo
y en la naturaleza toda, que, a no ir asido a un brazo tan robusto como el de la
Muerte, indudablemente hubiera caнdo anonadado contra el suelo. Y era que
nuestro hйroe sentнa lo que no ha sentido ningъn otro hombre Ўel doble
movimiento de la Tierra alrededor del sol y en torno de su propio eje!
En cambio, no percibнa el de su propio corazуn. Por lo demбs, cualquiera que
hubiese examinado a
la esplendorosa luz de la luna el rostro del ex zapatero, habrнa echado de ver
que la melancуlica hermosura que siempre lo hizo admirable habнa subido de punto
de una manera extraordinaria... Sus ojos, de un negro aterciopelado, reflejaban
ya aquella paz misteriosa que reinaba en los de la personificaciуn de la Muerte.
Sus largos y sedosos cabellos, oscuros como las alas del cuervo, adornaban una
fisonomнa pбlida como el alabastro de las tumbas, radiosa y opaca a un
mismo tiempo, cual si dentro de aquel alabastro ardiese una luz funeral que se
filtrara tenuemente por sus ooros. Su gesto, su actitud, su ademбn, todo йl se
ha bнa transfigurado, adquiriendo cierto aire monumental, eterno, extraсo a toda
relaciуn con la naturaleza, y que indudablemente, dondequiera que Gil se
presentase, lo harнa superior a las mujeres mбs insensibles, a los poderosos mбs
soberbios, a los guerreros mбs esforzados.
Andaban y andaban los dos amigos hacia la Sierra, unas veces por el camino y
otras fuera de йl.
Siempre que pasaban por algъn pueblo o caserнo, lentas campanadas, vibrando en
el espacio en son de agonнa, anunciaban a nuestro joven que la Muerte no perdнa
su tiempo; que su brazo alcanzaba a todas partes, v que, no por sentirlo йl
sobre su corazуn como una montaсa de hielo, deiaba de cubrir de luto y de ruinas
todo el haz de la dilatada Tierra. Grandes v peregrinas cosas iba contбndole la
Muerte a su protegido. Enemiga de la Historia, complacнase en hablar pestes
acerca de su pretendida utilidad, y para demostrar lo presentaba los hechos
tales como acontecieron y no como los guardan monumentos y cronicones. Los
abismos de lo pasado se entreabrнan ante la absorta imaginaciуn de Gil Gil,
ofreciйndole revelaciones нmportantнsimas sobre el destino de los imperios y de
la humanidad entera, descubriйndole el gran misterio del origen de la vida y el
no menos temeroso y grande del fin a que caminamos los mal llamados mortales, y
haciйndole, por ъltimo, comprender a la luz de tan alta filosofнa, las leyes que
presiden al desenvolvi
miento de la materia cуsmica y a sus mъltiples manifestaciones en esas formas
efнmeras y pasajeras que se llaman minerales, plantas, animales, astros,
constelacio nes, nebulosas y mundos.
La Fisiologнa, la Geologнa, la Quнmica, la Botбnica, todo se esclarecнa a los
ojos del ex zapatero, dбndole a conocer los misteriosos resortes de la vida, del
movimiento, de la reproducciуn, de la pasiуn, del sentimiento, de la idea, de la
conciencia, de la reflexiуn, de la memoria y de la voluntad o el deseo.
ЎDios, sуlo Dios, permanecнa velado en el fondo de aquellos mares de luz! ЎDios,
sуlo Dios, era ajeno a la vida y a la muerte; extrafio a la solidaridad
universal; ъnico y superior en esencia; sуlo como sustancia; independiente,
libre y todopoderoso como acciуn! La Muerte no alcanzaba
a envolver al Criador en su infinita sombra. ЎSobre Йl era! Su eternidad, su
нnmutabilidad, su impenetrabilidad, deslumbraron la vista de Gil Gil, el cual
inclinу la cabeza, v adorу y creyу, quedando sumido en mayor ignorancia que
antes de bajar a los abismos de la Mue0rte. ..
V
LO CIERTO POR LO DUDOSO
Eran las diez de la maсana del 30 de agosto de 1724 cuando Gil Gil,
perfectamente aleccionado por aquella potestad negativa, penetraba en el palacio
de San Ildefonso Y pedнa audiencia a Felipe V.
Recordemos al lector la situaciуn de este monarca en el dнa y hora que acabamos
de citar.
El primer Borbуn de Espaсa, nieto de Luis XIV de Francia, aceptу el trono
espaсol cuando no podнa soсar con sentarse en el trono francйs. Pero fueron
muriendo otros prнncipes, tнos y primos suyos, que le separaban del solio de su
tierra nativa y, entonces, a fin de habilitarse para ocuparlo, si morнa tambiйn
su sobrino Luis XV (que estaba muy enfermo v sуlo contaba catorce aсos de edad),
abdicу la corona de Castilla en su hijo Luis I, se retirу a San Ildefonso.
En tal situaciуn, no sуlo mejorу algo de salud Luis XV, sino que Luis I cayу en
cama ravнsimamente
atacado de viruelas Ўhasta el extremo de temerse va por su vida! ... Diez
correos, escalonados entre La Granja' y Madrid, llevaban cada hora a Felipe
noticias del estado de su hijo, y el padre ambicioso, excitado ademбs por su
cйlebre segunda esposa. Isabel Farnesio' (mucho mбs ambiciosa que йl), no sabнa
quй partido tomar en tan inesperado y grave conflicto. їIba a vacar el trono de
Espaсa antes que el de Francia? їDebнa manifestar su intenciуn de reinar de
nuevo en Madrid, disponiйndose a recoger la herencia de su hijo? Pero їy si no
morнa йste? їNo serнa insigne torpeza
haber descubierto a toda Europa el oscuro fondo de su alma? їNo era esterilizar
el sacrificio de haber vivido siete meses en la soledad? їNo fuera renunciar
para siempre a la dulce esperanza de sentarse en el ansiado trono de San Luis?
їQuй hacer, pues? ЎEsperar equivalнa a perder un tiempo precioso! ... La Junta
de Gobierno lo aborrecнa y le disputaba toda influencia en las cosas del
Estado... Dar un solo paso podнa comprometer la ambiciуn de toda su vida y su
nombre en la posteridad...
ЎFalso Carlos V las tentaciones del mundo le asaltaban en el desierto, y pagaba
harto cara, en aquellas horas de incertidumbre, la hipocresнa de su abdicaciуn!
Tal era la circunstancia en que nuestro amigo Gil Gil se anunciaba al
meditabundo Felipe, diciйndose portador de importantнsimas noticias.
-їQuй me quieres? -preguntу el Rey sin mirar lo cuando lo sintiу dentro de la
cбmara.
-Seсor, mнreme vuestra majestad -respondiу Gil
Gil con desenfado-. No tema que lea sus pensamientos, pues no son un misterio
para mн.
Felipe V se volviу bruscamente hacia aquel hombre, cuya voz, seca y frнa como la
verdad que revela
ba, habнa helado la sangre en su corazуn. Pero su enojo se estrellу en la
fъnebre sonrisa del Ainigo de la Muerte. Sintiуse, pues, poseнdo de
supersticioso terror al fijar sus ojos en los de Gil Gil, y llevando una mano
trйmula a la campanilla de la escribanнa que adornaba la mesa, repitiу su
primera pregunta:
-їQuй me quieres?
-Seсor, yo soy mйdico. .. -respondiу el joven tranquilamente-, y tengo tal fe en
mi ciencia que me atrevo a decir a vuestra majestad el dнa, la hora y el
instante en que ha de morir Luis I.
Felipe V mirу con mбs atenciуn a aquel niсo cubierto de harapos, cuyo rostro
tenнa tanto de hermoso como de sobrenatural.
-Habla... -dijo por toda contestaciуn.
-ЎNo tan asн, seсor Rey! -replicу Gil con cierto sarcasmo- ЎAntes hemos de
convenir en el precio!
El francйs sacudiу la cabeza al oнr estas palabras, como sн despertase de un
sueсo; vio aquella escena de otro modo, y casi se avergonzу de haberla tolerado.

-ЎHola! --dijo, tocando la campartilla- ЎPrended a este hombre!
Un capitбn apareciу, y puso su mano sobre el hombro de Gil Gil. Йste permaneciу
impasible.
El Rey, volviendo a su anterior supersticiуn, mirу de reojo al extraсo mйdico...
Levantуse luego trabajo samente, pues la languidez que sufrнa hacнa algunos aсos
se habнa agravado aquellos dнas, y dijo al capitбn de guardias:
-Dйjanos solos.
Plantуse, por ъltimo, enfrente de Gil Gil, cual si quisiera perderle el miedo, y
le preguntу con fingida
calma:
-їQuiйn diablos eres, cara de bъho?
-ЎSoy el Amнgo de la Muerte! -respondiу nuestro joven sin pestaсear.
-Muy seсora mнa y de todos los pecadores... -dijo el Rey con aire de broma a fin
de disfrazar su pueril espanto- їY quй decнas de nuestro hijo?
-Digo, seсor -exclamу Gil Gil dando un paso hacia el Rey, quien retrocediу a su
pesar-, que vengo
a traeros una corona... ; no os dirй si la de Espaсa o la de Francia, pues йste
es el secreto que habйis de pagarme. Digo que estamos perdiendo un tiempo
precioso, y que, por consiguiente, necesito hablaros pronto y claro. Oidme, por
tanto, con atenciуn. Luis I estб agonizando... Su enfermedad es, sin embargo, de
las que tienen cura... Vuestra majestad es el perro de la
fбbula...
Felipe V interrumpiу a Gil Gil:
-ЎDi! ... ЎDi lo que gustes! Deseo oнrlo todo... ЎDe todas maneras voy a tener
que ahorcarte! ...
El Amigo de la Muerte se encogiу de hombros y continuу:
-Decнa que vuestra majestad es el perro de la fбbula. Tenнais en la cabeza la
corona de Espaсa; os bajasteнs para coger la de Francia; se os cayу la vuestra
sobre la cuna de vuestro hijo; Luis XV se ciсу la suya, y vos os quedasteis sin
la una y sin la otra...
-ЎEs verdad! -exclamу Felipe V, si no con la voz, con la mirada.
-Hoy... -continuу Gil Gil recogiendo la mirada del Rey-; hoy, que estбis mбs
cerca de la corona de
Francia que de la de Espaсa, vais a exponeros al misrno azar... Luis XV y Luis
I, los dos Reyes niсos, es tбn enfermos. Podйis heredar a ambos; pero necesitбis
saber con algunas horas de anticipaciуn cuбl de los dos va a morir antes. Luis I
estб de mбs peligro; pero la corona de Francia es mбs hermosa. De aquн vuestra
perplejidad... ЎBien se conoce que estбis escarmenta
do! ЎYa no os atrevйis a tender la mano al cetro de San Fernando, temeroso de
que vuestro hijo se salve, la historia os escarnezca y vuestros patidarios de
Francia os abandonen! ... Mбs claro: Ўya no os atrevйis a soltar la presa que
tenйis entre los dientes, temeroso de que la otra que veis sea una nueva ilusiуn
o mero espejismo!
-ЎHabla..., habla! --dijo Felipe con ansiedad, crevendo que Gil habнa
terminado-. ЎHabla! ЎDe todos modos has de ir de aquн a una mazmorra, donde sуlo
te oigan las paredes!... ЎHabla! ... ЎQuiero saber quй dice el mundo acerca de
mis pensamientos!
El ex zapatero sonriу con desdйn.
-ЎCбrcel! ЎHorca!... -exclamу---. ЎHe aquн todo lo que los reyes sabйis! Pero yo
no me asusto. Escuchadrne otro poco, que voy a concluir. Yo, seсor, necesito ser
mйdico de cбmara, obtener un tнtulo de duque y ganar hoy mismo treinta mil
pesos... їSe rнe vuestra majestad? ЎPues los necesito tanto como vuestra
majestad saber si Luis I morirб de las viruelas!
-їY quй? їLo sabes tъ? -preguntу el Rey en voz baja, sin poder sobreponerse al
terror que le cau
saba aquel muchacho.
-Puedo, saberlo esta noche.
-їCуmo?
-Ya os he dicho que soy ainigo de la muerte.
-їY quй es eso? ЎExplнcamelo!
-Eso... ЎYo mismo lo ignoro! Llevadme al palacio de Madrid. Hacedme ver al Rey
reinante, Y yo os
dirй la sentencia que el Eterno haya escrito sobre su frente.
-їY si te equivocas? -dijo el de Anjou acercбndose mбs a Gil Gil.
-ЎMe ahorcбis! .... para lo cual me retendrйis preso todo el tiempo que os
plazca.
-ЎConque eres hechicero!---exclamуFelipe por justificar de algъn modo la fe que
daba a las palabras de Gil Gil.
-ЎSeсor, ya no hay hechizos! -respondiу йste El ъltimo hechicero se llamу Luis
XIV, y el ъltimo
hechizado, Carlos Il. La corona de Espaсa, que os mandamos a Parнs hace
veinticinco aсos envuelta en el testamento de un idiota, nos rescatу de la
cautividad del demonio en que vivнamos desde la abdicaciуn de Carlos V. Vos lo
sabйis mejor que nadie. -Mйdico de cбmara.... duque... y treinta mil pesos...
-murmurу el Rey.
-,Por una corona que vale mбs de lo que pensбis! -respondiу Gil Gil.
-ЎTienes mi real palabra! -aсadiу con solemnidad Felipe V, dominado por aquella
voz, por aquella fisonomнa, por aquella actitud llena de misterio.
-їLo jura vuestra majestad?
-ЎLo prometo! -respondiу el francйs- ЎLo prometo si antes me pruebas que eres
algo mбs que un
hombre!
-нElena..., serбs mнa! -balbuceу Gil.
El Rey llamу al capitбn y le dio algunas уrdenes.
-Ahora... --dijo-, mientras se dispone tu marcha a Madrid, cuйntame tu historia
y explнcame tu ciencia. -Voy a complaceros, seсor; pero temo que no comprendбis
ni la una ni la otra.
Una hora despuйs el capitбn corrнa la posta hacia Madrid al lado de nuestro
hйroe, quien, por de pronto, ya habнa soltado sus harapos y vestнa un magnifico
traje de terciopelo negro, adornado con encajes vнstosнsimos; ceснa espadнn, y
llevaba sombrero galoneado.
Felipe V le habнa regalado aquella vestimenta y mucho dinero, despuйs que se
hubo enterado de su
milagrosa amistad con la Muerte. Sigamos nosotros al buen Gil Gil por mucho que
corra, pues podrнa acontecer que se encontrara en la cбmara de la Reina con su
idolatrada Elena de Monteclato, o con la odiosa condesa de Rionuevo, y no es
cosa de que ignoremos los pormenores de unas entre vistas tan interesantes.
 
VI
CONFERENCIA PRELIMINAR
Serнan las seis de la tarde cuando Gil Gil y el capitбn se apeaban a las puertas
de palacio.
Un gentнo inmenso inundaba aquellos lugares, sabedor del peligro en que se
encontraba la vida del joven Rey, Al poner nuestro amigo el pie en el umbral del
alcбzar dio de manos a boca con la Muerte, que salнa con paso precipitado.
-їYa? -preguntу Gil Gil lleno de susto.
-ЎTodavнa no! -respondiу la siniestra deidad.
El mйdico respirу con satisfacciуn.
-Pues їcuбndo? -replicу al cabo de un momento.
-No puedo decнrtelo.
-ЎOh! Habla... ЎSi supieras lo que me ha prometido Felipe V!
-Me lo figuro.
-Pues bien: necesito saber cuбndo muere Luis I.
-Lo sabrбs a su debido tiempo. Entra... El capitбn ha penetrado ya en la regia
estancia. Trae instrucciones del Rey padre... En este momento te anuncian como
el primer mйdico del mundo... La gente se agolpa a la escalera para verte
llegar... ЎVas a encontrarte con Elena y con la condesa de Rionuevo! ...
-ЎOh, dicha! ---exclamу Gil Gil.
-Las seis y cuarto...---continuуla Muerte, tomбndose el pulso, que era su ъnico
e infalible reloj-. Te
esperan... Hasta luego.
-Pero dime ...
-Es verdad ... ЎSe me olvidaba! Escucha: si cuando veas al rey Luis estoy en la
cбmara su enfermedad no tiene cura.
-їY estarбs? їNo dices que vas a otro lado?
-No sй todavнa si estarй... Yo soy ubicua, y si recibo уrdenes superiores, allн
me verбs, como donde quiera que me halle...
-їQuй hacнas ahora aquн?
-Vengo de matar un caballo. Gil Gil retrocediу lleno de asombro.
-їCуmo? -exclamу-. ЎTambiйn tienes que ver con los irracionales! ...
-їQuй es eso de irracionales? їAcaso los hombres tenйis verdadera razуn? ЎLa
razуn es una sola, y йsa no se ve desde la Tierra!
-Pero dime -replicу Gil-: los animales.... los brutos..., los que aquн llamamos
irracionales, їtienen alma?
-Sн y no. Tienen un espнritu sin libertad e нrresponsable... Pero, Ўvete al
diablo! ЎQuй preguntуn estбs hoy! Conque, adiуs... Me encamino a cierta, noble
casa... , donde voy a hacerte otro favor.
-ЎUn favor a mн! ЎDнmelo claramente! їDe quй se trata?
-De frustrar cierta boda.
-ЎAh!... --exclamу Gil Gil, concibiendo una horrible sospecha-. їSerб acaso... ?

-Nada mбs te puedo decir... -contestу la Muerte-. Ve adentro, que se hace tarde.

-ЎMe vuelves loco!
-ЎDйjate llevar y lo pasarбs mejor! Tienes mi promesa de que llegarбs a ser
completamente dichoso.
-ЎAh! ЎConque somos amigos! їNo piensas matarnos ni a mн ni a Elena?
-ЎDescuida! -replicу la Muerte con una tristeza y una solemnidad, con una
ternura y una alegrнa, con tantos y tan distintos efectos en la voz, que Gil
renunciу, desde luego, a la esperanza de comprender aquella palabra.
-ЎEspera! -dijo, por ъltimo, viendo que el ser enlutado se alejaba-. Repнteme
aquello de las horas,
pues no quiero equivocarme... Si estбs en la habitaciуn de un enfermo, pero no
lo miras, significa que el paciente muere de aquella enfermedad...
-ЎCierto! Mas si estoy de cara a йl, fenece dentro del dнa... Si yazgo en su
mismo lecho, le quedan tres horas de existencia... Si lo encuentras entre mis
brazos, no respondas sino de una hora... Y si me ves besarle la frente, reza un
credo por su alma.
-їY no me hablarбs ni una palabra?
-ЎNi una! Carezco de permiso para revelarte de esa manera los propуsitos del
Eterno. Tu ventaja sobre los demбs hombres consiste solamente en que soy visible
para ti, Conque adiуs, Ўy no me olvides!  Dijo, y se desvaneciу en el espacio.
VII
LA CБMARA REAL
Gil Gil penetrу en la regia morada ni arrepentido ni contento de haber entablado
relaciones con la personificacнуn de la Muerte.Mas no bien pнsу las escaleras
del palacio y recordу que iba a ver a su idolatrada Elena, todas sus ideas
lъgubres desaparecieron, como huyen las aves nocturnas
al despuntar el dнa. Con lucido acompaсamiento de palaciegos y de otros
personajes de la nobleza, atravesу Gil Gil galerнas y salones, dirigiйndose a la
cбmara real, y por cierto que todos admiraban la extrafia hermosura y tierna
juventud del famoso mйdico que Felipe V enviaba desde La Granja como ъltima
apelaciуn del humano poder para salvar la vida de Luis I.
Allн estaban las dos Cortes: la de Luis y la de Felнpe. Eran йstas, por decirlo
asн, los poderes rivales, que hacнa una semana vivнan en constante guerra; eran
los antiguos servidores de la primera rama de Borbуn y los nuevos que el Regente
de Francia, Felipe de Orleбns el Generoso, habнa agrupado alrededor del trono de
Espaсa para evitar que el ambicioso ex duque de Anjou saltase desde йl al trono
de su abuelo; eran, en fin, los cortesanos del dуcil niсo que yacнa moribundo, y
los de su bella esposa, la indomable hija del Regente, la renombrada duquesa de
Montpensier. Los allegados a Isabel de Farsenio, madrastra de Luis I, deseaban
que йste muriese para que los hijos
del segundo matrimonio de Felipe V se hallasen mбs cerca de la corona de San
Fernando.
Los partidarios de la joven Orleбns, de la Reina hija, deseaban que el enfermo
se salvase, no por amor a los mal avenidos esposos, sino en odio a Felipe V, a
quien no querнan ver reinar nuevamente.
Los amigos del desgraciado Luis temblaban a la idea de que muriese, porque,
habiйndole inducido ellos a sacudir la tutela en que lo tenнa el solitario de La
Granja, sabнan muy bien que al volver йste al trono lo primero que harнa serнa
desterrarlos o prenderlos. El palacio era, pues, un laberinto de encontrados de
seos, de opuestas ambiciones, de intrigas y recelos, de temores y esperanzas.
Gil Gil penetrу en la cбmara buscando con la vista a una sola persona: a su
inolvidable Elena.
Cerca del lecho del Rey vio al padre de йsta, al grande amigo del difunto conde
de Rionuevo, al duque de Monteclaro, en fin, el cual hablaba con los arzobispos
de Santiago y de Toledo, con el marquйs de Mirabal y con don Miguel de Guerra
los cuatro mбs encarnizados enemigos de Felipe V. El duque de Monteclaro no
reconociу al antiguo paje, compaсero de infancia de su encantadora hija. En otro
lado, y no sin cierta impresiуn de miedo, el Amigo de la Muerte vio, entre las
damas que ro deaban a la joven y hermosa Luisa Isabel de Orleбns, a su
implacable y eterna enemiga: la condesa de Rionuevo.
Gil Gil pasу casi rozando con su vestido al ir a besar la mano a la Reina. La
condesa no reconociу tampoco al hijo natural de su marido. En esto se levantу un
tapiz detrбs del grupo que formaban las damas, y apareciу, entre otras dos o
tres, que Gil Gil no conocнa, una mujer alta, pбlida, hermo
sнsima ...
Era Elena de Monteclaro.
Gil Gil la mirу intensamente y la joven se estremeciу al ver aquella fъnebre y
bella fisonomнa, cual si
contemplara el espectro de un difunto adorado: cual si tuviese ante sus ojos, no
a Gil, sino su sombra en vuelta en la mortaja; cual si viese, en fin, un ser del
otro mundo.
ЎGil en la Corte! ЎGil consolando a la Reina, a aquella princesa altiva y
burlona que todo lo desdeсa
ba! ЎGil, con aquel lujoso traje, mirado y considerado de toda la nobleza! ...
«ЎAh! ЎSin duda es un sueсo!» -pensу la encantadora Elena.
-Venid, doctor... --dijo en esto el marquйs de Mirabal-: Su majestad ha
despertado. Gil hizo un penoso esfuerzo para sacudir el йxtasis que embargaba
todo su ser al verse enfrente de su adorada, y se acercу a la cama del
virulento. El segundo Borbуn de Espaсa era un mancebo de diecisiete aсos, flaco,
largo y raquнtico, como planta que crece a la sombra. Su rostro (que no habнa
carecido de cierta finura de expresiуn, a pesar de la irregularidad de sus
facciones) estaba ahora espantosamente hinchado y cubierto de cenicientas
pъstulas. Parecнa un tosco boceto de escultura modelado en barro. Tendiу el Rey
niсo una angustiosa mirada a aquel otro adolescente que se acercaba a su lecho,
y al en contrarse con sus mudos y sombrнos ojos, insondables como el misterio de
la eternidad, dio un ligero grito y ocultу el semblante bajo las sбbanas.
Gil Gil, en tanto, miraba a los cuatro бngulos de la habitaciуn buscando a la
Muerte.
Pero la Muerte no estaba allн.
-їVivirб? -le preguntaron en voz baja algunos cortesanos, que habнan creнdo leer
una esperanza en el rostro de Gil Gil.
Iba a decir que sн, olvidando que su opiniуn debнa darla solamente a Felipe V,
cuando sintiу que le tiraban de la ropa.
Volviуse, y vio cerca de sн a una persona vestida toda de negro, que se hallaba
de espaldas al lecho del Rey...
Era la Muerte.
«Morirб de esta enfermedad, pero no hoy» -pensу Gil Gil.
-їQuй os parece? -le preguntу el arzobispo de Toledo, sintiendo, como todos,
aquel invencible respeto que infundнa el rostro sobrehumano de nuestro joven.
-Dispensadme... -respondiу el ex zapatero-. Mi opiniуn queda reservada para el
que me envнa...
-Pero vos... -aсadiу el marquйs de Mirabal-, vos, que sois tan joven, no podйis
haber aprendido
tanta ciencia... Indudablemente, Dios o el diablo os la ha infundido... Serйis
un santo que hace milagros o un mago amigo de las brujas...
-Como gustйis... -respondiу Gil Gil-. De un modo o de otro, yo leo en el
porvenir del prнncipe
que yace en ese lecho; secreto por el cual diйrais alguna cosa, pues resuelve la
duda de si maсana serйis el privado de Luis I o el prisionero de Felipe V.
-ЎY quй! -balbuceу el de Mirabal, pбlido de ira, pero sonriendo levemente.
En esto reparу Gil Gil en que la Muerte, no contenta con acechar al Monarca,
aprovechaba su permanencia en la cбmara real para sentarse al lado de una
dama..., casi en su misma silla ...  Ў y mirarla con fijeza.
La sentenciada era la condesa de Rionuevo.
«ЎTres horas!» -pensу Gil Gil.
-Necesito hablaros... -seguнa diciйndole, entretanto, el marquйs de Mirabal, a
quien se le habнa ocu
rrido, nada menos que comprar su secreto al extraсo mйdico. Pero una mirada y
una sonrisa de Gil, que adivinу los pensamientos del marquйs, desconcertaron a
йste de tal modo que retrocediу un paso. Aquella mirada y aquella sonrisa eran
las mismas que habнan dominado por la maсana a Felipe V. Gil aprovechу aquel
momento de turbaciуn de Mirabal para dar un gran paso en su carrera y fijar su
reputaciуn en la corte.
-Seсor... -dijo al arzobispo de Toledo-. La condesa de Rionuevo, a quien veis
tranquila y sola en
aquel rincуn... (ya sabemos que la Muerte sуlo era visible a los ojos de Gil),
morirб antes de tres horas.
Aconsejadle que disponga su espнritu para el supremo trance.
El arzobispo retrocediу espantado.
-їQuй es eso? -preguntу don Miguel de Guerra. El prelado contу a varias personas
las profecнas de Gil Gil, y todos los ojos se fijaron en la condesa, que,
efectivamente, empezaba a palidecer horriblemente. Gil Gil, entretanto, se
acercaba a Elena. Elena estaba en medio de la -cбmara, de pie sobre el mбrmol
del pavimento, inmуvil y silenciosa como una noble escultura.
Desde allн, fanatizada, subyugada, poseнda de un terror y de una felicidad que
no podнan definirse, se uuнa todos los movimientos del amigo de su infancia.
-Elena... -murmurу el joven al pasar a su lado.
-Gil... -contestу ella maquinalmente- їEres tъ -?
- ЎSн, soy yo! -replicу йl con idolatrнa-. Nada temas...
Y saliу de la habitaciуn.
El capitбn lo esperaba en la antecбmara. Gil Gil escribiу algunas palabras en un
papel, y dijo al fiel servidor de Felipe V:
-Tomad... y no perdбis un momento. ЎA La Granja!
-Pero... їy vos? -replicу el capitбn-. Yo no puedo dejaros. Estбis preso bajo mi
custodia.
-Lo estarй bajo mi palabra... -respondiу Gil con nobleza-. No puedo seguнros.
-Mas... el Rey...
-El Rey aprobarб vuestra conducta.
-ЎImposible!
-Escuchad, y verйis cуmo tengo razуn.
En este momento se oyу en la cбmara real un fuerte murmullo.
-ЎEl mйdico! ЎEse mйdico!... -salieron gritando algunas personas.
-їQuй ocurre? -preguntу Gil Gil.
-La condesa de Rionuevo se muere... ~-dijo don Miguel de Guerra-. ЎVenid! Por
aquн... Ya estarб
en la cбmara de la Reina...
-Id, capitбn... -murmurу Gil Gil-. Yo os lo digo. Y apoyу estas palabras con una
mirada y un gesto
tales que el soldado partiу sin replicar palabra. Gil siguiу a Guerra y penetrу
en la cбmara de la
esposa de Luis I.
 
VIII
REVELACIONES
-ЎOye! -dijo una voz a Gil Gil cuando caminaba hacia el lecho en que yacнa la
condesa de Rionuevo.
-ЎAh! їEres tъ? -exclamу nuestro joven, reconociendo a la Muerte-. їHa expirado
ya?
-ї Quiйn?
-La condesa...
-No.
-Pues їcуmo la abandonas?
-No la he abandonado, amigo mio, sino que, como ya te he dicho, yo estoy a un
mismo tiempo en todas partes y bajo diversas formas.
-Bien... ; їquй me quieres? -preguntу Gil con cierto disgusto al oнr aquella
sentencia.
-Vengo a hacerte otro favor.
-ЎAsн serб йl! Habla.
-їSabes que vas faltбndome al respeto? -exclamу la Muerte con mucha sorna.
-Es natural... -respondiу Gfi-. La confianza..., la complicidad...
-їQuй es eso de complicidad?
-ЎNada! ... Aludo a una pintura que vi cuando niсo. Representaba a la Medicina.
En una cama ya
cнan dos personas, o, por mejor decir, un hombre y su enfermedad. El mйdico
habнa entrado en la habitaciуn con los ojos vendados y armado de un garrote, y
una vez cerca de la cama habнa empezado a dar palos de ciego sobre el enfermo y
sobre la enfermedad... No recuerdo precisamente quiйn fue antes vнctima de los
oolpes... Creo que fue el enfermo. -ЎDonosa alegorнa! Pero vamos a cuentas...
-Sн.... vamos..., que todos se extraсan de verme asн, tan solo, parado en medio
de la cбmara.
-ЎDйjalos! Creerбn que meditas o que aguardas la inspiraciуn. уyeme un momento.
Tъ sabes que lo pasado me pertenece de derecho, y que puedo referнrtelo... No
asн lo por venir...
- i Adelante!
-ЎUn poco de paciencia! Vas a hablar por ъltima vez con la condesa de Rionuevo,
y es de mi deber
contarte cierta historia.
-Es inъtil. Yo perdono a esa mujer.
-ЎSe trata de Elena, majadero! -exclamу la Muerte.
- i Cуmo!
-Digo se trata de que seas noble y puedas casarte con ella.
-ЎNoble lo soy ya!... El Rey Felipe V me hace duque. -Monteclaro no se
contentarб con un advenedizo... Necesitas ascendientes.
-їY quй?
-Ya te tengo dicho que eres el ъltimo vбstago de los Rionuevo.
-ЎSн! .... pero... adulterino.
-ЎTe equivocas! ЎNatural... y muy natural!
-Sea..., pero їquiйn prueba eso?
-Es precisamente lo que voy a decirte.
-Habla.
-Oye, y no me interrumpas. La condesa es la tremenda esfinge de tu vida...
-Ya lo sй...
-ЎElla tiene en su mano toda tu felicidad!
-ЎLo sй tambiйn!
-Pues ha llegado la ocasiуn de arrancбrsela.
-їDe quй manera?
-Verбs. Como tu padre te amaba tanto..
-ЎAh! їMe amaba mucho? -exclamу Gil Gil.
-ЎTe he dicho que no me interrumpas! Como tu padre te amaba tanto, no se fue de
este mundo sin
pensar muy seriamente en tu porvenir.
-ЎPues quй! їNo muriу ab intestato el conde?
-їDe dуnde sacas eso?
-Asн consta en todas partes.
-ЎPura invenciуn de la condesa para apoderarse de todo el dinero del conde y
dejar luego por heredero a Cierto sobrino! ...
-Ў0h!
-ЎCalma, que todo puede arreglarse! Tu padre poseнa una declaraciуn de Crispina
Lуpez, otra de Juan Gil y ademбs una justificaciуn facultativa en toda forma que
acreditaban perfectamente que tъ eres hijo natural del conde de ~ Rionuevo y de
Crispina Lуpez, concebido cuando los dos eran solteros. Esto mismo confesу tu
padre a la hora de la muerte ante un cura y un escribano que yo vi allн, y que
conozco perfectamente... Por cierto que el cura... Pero esto no puedo decнrtelo.
En fin, el caso es que el conde te nombrу su ъnico , universal heredero, cosa
que podнa hacer con tanta mayor facilidad cuanto que no tenнa ningъn pariente
prуximo ni lejano. Ni parу aquн la solicitud con que aquel buen padre echaba los
cimientos de tu felicidad futura desde el borde mismo del sepulcro...
-ЎOh, padre mнo! -murmurу Gil Gil.
-Escucha. Tъ sabes la grande amistad que unнa de muy antiguo al honrado conde
con el duque de Monteclaro, compaсero suyo de armas durante la Guerra de
Sucesiуn...
-Sн, la sй.
-Pues bien -continuу la Muerte-: tu padre, adivinando el amor que profesabas a
la encantadora Ele
na, dirigiу al duque, pocos momentos antes de expirar, una larga y sentida carta
en que se lo declaraba todo, le pedнa para ti la mano de su hija y le recordaba
tantas y tan seсaladas pruebas de amistad como se habнan dado en todo tiempo...
- їY esa carta? -preguntу Gil con extraordinaria vehemencia.
---Esa carta sola hubiera convencido al duque, y vaserнas su yerno... hace
muchos aсos...
- їQuй ha sido de esa carta? -volviу a preguntar el joven, trйmulo de amor y
rebosando de ira.
---Esacarta te hubiera ahorrado el entrar en relaciones conmнgo... -continuу la
Muerte.
--iOh! ... ЎNo seas cruel! ... ЎDime que la carta existe!
--Йsa es la verdad.
-їConque existe?
-Sн.
-їQuiйn la tiene?
-La misma persona que la interceptу.
-ЎLa condesa!
-La condesa.
-ЎOh!... -exclamу el joven, dando un paso hacia el lecho de agonнa.
-Espera -dijo la Muerte- No he concluido aъn.
La condesa conserva tambiйn el testamento de su marido, que casi me arrebatу de
las manos...
-~A ti?
-Digo a mн porque el conde estaba ya medio muerto. En cuanto al cura y al
escribano, yo te dirй dуnde viven, y creo que declararбn la verdad. Gil Gil
meditу un momento.
Luego, mirando fijamente al fъnebre personaje:
-Es decir... --exclamу-, que si logro apoderarme de esos documentos...
-Maсana puedes casarte con Elena.
-ЎOh, Dios! -murmurу el joven dando otro paso hacia el lecho.
Allн se volvну de nuevo hacia la Muerte. Los cortesanos no comprendнan lo que
pasaba en el
corazуn de Gil Gil. Creнanle solo, o luchando con la visiуn milagrosa a que
debнa su peregrina ciencia; pero era tal el terror que ya les inspiraba, que
ninguno se atrevнa a interrumpirlo.
-Dime -aсadiу el ex zapatero dirigiйndose a su tremenda compaснa-, y їcуmo es
que la condesa no
ha quemado esos papeles?
-Porque la condesa, como todos los criminales, es supersticiosa: porque temнa
arrepentirse algъn dнa; porque adivinaba que esos papeles podrнan ser en tal
situaciуn su pasaporte para la eternidad... En fin: por que es un hecho
constante que ningъn pecador borra las huellas de sus crнmenes, temeroso de
olvidarlos a la hora de la muerte y de no poder retroceder por sus mismos pasos
hasta encontrar la senda de la virtud.
Te repito, pues, que esos papeles existen.
-De modo que en consiguiйndolos Elena serб mнa...
-insistiу Gil Gil, dudando siempre que la Muerte pudiera procurarle la
felicidad.
-Aъn habrнa que vencer otro obstбculo... -respondiу la Muerte.
-їCuбl?
-Que Elena estб prometida por su padre a un sobrino de la condesa, al vizconde
de Daimiel.
-ЎCуmo! їElla le ama?
-No; pero es lo mismo, puesto que hace dos meses contrajeron esponsales...
-ЎOh! ... ЎConque todo es inъtil! -exclamу Gil con desesperaciуn.
-ЎLo hubiera sido sin mн! -replicу la Muerte-.
Pero ya te dije a las puertas de este palacio que trataba de frustrar una
boda...
-ЎCуmo! їHas matado al vizconde?
-ЎYo!... -exclamу la Muerte con cierto terror sarcбstico- ЎDios me libre!... Yo
no lo he matado...
Йl se ha muerto.
-ЎAh!
-ЎChнto! ... Nadie lo sabe todavнa... Su familia cree en este instante que el
pobre joven estб durmiendo la siesta. Conque... н a ver cуmo te portas! Elena,
la condesa y el duque se hallan a dos pasos de ti... i Ahora, o nunca!
Y asн diciendo, la Muerte se acercу al lecho de la enferma. Gil Gil siguiу sus
pasos.
Muchas de las personas que se hallaban en el apo sento, entre ellas el duque de
Monteclaro, sabнan ya el vaticinio de Gil respecto a que antes de tres horas
morirнa la condesa de Rionuevo; asн es que al verlo casi cumplido, pues de buena
y alegre que se hallaba la dama pocos momentos antes, habнase convertido de
pronto en un tronco inerte, que agitaban por intervalos violentas convulsiones,
empezaron todos a mirar a nuestro amigo con supersticioso terror y fanбtica
idolatrнa.
La condesa, por su parte, no bien distinguiу a Gil, tendiу hacia йl una mano
trйmula y suplicante, mнentras con la otra hacнa seсa de que los dejasen solos.
Alejбronse todos de lecho, y Gil se sentу al lado de la moribunda.
 
IX
EL ALMA
Aunque la condesa de Rionuevo, la terrible enemiga de Gil Gil, hace tan odioso
papel en nuestra historia, no era, como muchos habrбn quizб imaginado, una mujer
vieja o fea, o fea y vieja a un mismo tiempo...
La naturaleza fнsica es tambiйn hipуcrita algunas veces. La ilustre moribunda,
que a la sazуn tendrнa treinta v cinco aсos, se hallaba en toda la plenitud de
una magnнfica hermosura. Era alta, recia y muy bien formada. Sus ojos, azules
como la mar, pйrfidos como ella, encubrнan hondos abismos bajo su apariencia
lбnguida y suave. La frescura de su boca, la morbidez de sus facciones revelaban
que ni el dolor ni la pasiуn habнan trabajado nunca aquella insensible belleza.
Asн es que al verla ahora caнda y paciente, dominada por el terror y vencida por
el sufrimiento, el alma menos compasiva hubiera experimentado cierta rara piedad
muy parecida al susto o al espanto.
Gil Gil, que tanto odiaba a aquella mujer, no dejу de sentir esta complicada
impresiуn de lбstima y asombro, y cogiendo maquinalmente la hermosa mano que le
tendнa la enferma, murmurу con mбs tristeza que resentimiento:
-їMe conocйis?
-ЎSalvadme! -respondiу la moribunda sin escuchar la pregunta de Gil Gil.
En esto se deslizу por detrбs de las cortinas un nuevo personaje, y vino a
colocarse entre los dos in
terlocutores, apoyando su codo en la almohada y la cabeza sobre una mano.
Era la Muerte.
-ЎSalvadme! -repitiу la condesa, a quien la intuiciуn del miedo le habнa ya
revelado que nuestro
hйroe la aborrecнa- Vos sois hechicero... Dicen que hablбis con la Muerte... i
Salvadme!
-ЎMucho temйis el morir, seсora! -respondiу el joven con despego, soltando la
mano de la enferma.
Aquella estъpida cobardнa, aquel terror animal que no dejaba paso a ninguna otra
idea, a ningъn otro afecto, disgustу profundamente a Gil Gil, por cuanto le dio
la medida del espнritu egoнsta (le la autora de todos sus males.
-ЎCondesa! -exclamу entonces- ЎPensad en vuestro pasado y en vuestro porvenir!
ЎPensad en Dios
y en vuestro prуjimo! ... ЎSalvad el alma, supuesto que el cuerpo ya no os
pertenece!
-ЎAh, voy a morir! -exclamу la condesa.
-ЎNo.... condesa..., no vais a morir!
-ЎNo voy a morir! -gritу la pobre mujer con una alegrнa salvaje.
El joven continuу con la misma seriedad:
-ЎNo vais a morir, porque nunca habйis vivido! ...
Al conttarнo, Ўvais a nacer a la vida del alma, que pata vos serб un sufrimiento
eterno, como para los
justos es una eterna bienaventuranza!
-ЎAh! ЎConque voy a morir! -murmurу la enferma nuevamente, derramando lбgrimas
por la primera
vez de su vida.
-ЎNo, condesa, no vais a morir! -replicу otra vez el mйdico con indecible
majestad.
-ЎAh! ЎTenedme compasiуn! -exclamу la pobre mujer recobrando la esperanza.
-No vais a morir -prosiguiу el joven-, supuesto que llorбis. El alma nunca
muere, y el rrepentimiento
puede abriros las puertas de una eterna vida...
-ЎAh, Dios mнo! -exclamу la condesa, rendida por aquella cruel incertidumbre.
-Hacйis biep en llarnar a Dios. ЎSalvad el alma!, os repito... ЎSalvad el alma!
Vuestro cuerpo hermoso, vuestro нdolo de tierra, vilestro sacrнlego existir han
concluido para siempre. Esta vida temporal, estos goces del mundo, aquella salud
v aquella belleza, v aquel regalo y aquella fortuna que tanto procurasteis
conservar; los bienes que usurpasteis; el aire, el sol; el mundo que basta aquн
habйis conocido, todo lo vais a perder-, todo ha desaparecido va; todo serб
maсana para vos polvo y tinieblas, vanidad y podredumbre, soledad v olvido: sуlo
os queda el alma, condesa...
Pensad en vuestra alma!
- ~Quiйn sois? -preguntу sordarnente la moribun(la, fliando en Gil Gil una
atуnita inirada- Yo os
he conocido antes de ahora . Vos me aborrecйis...
Vos sois quien me matбis... ЎAhl....
En este instante la Muerte colocу su mano pбlida sobre la cabeza de la enferma,
y dijo:
-Concluye, Gil: concluye.... que la hora eterna se aproxima.
-ЎAh! ЎYo no quiero que muera! -respondiу
Gil-. ЎAъn puede enmendarse, aъn puede remediar todo el mal que ha hecho! ...
ЎSalva su cuerpo, y to te respondo de salvar su alma!
-Concluye, Gil; concluye -repitiу la Muerte-, que la hora eterna va a sonar.
-ЎPobre mujer! -murmurу el joven con piedad a la condesa.
-ЎMe compadecйis! --dijo la agonizante con inefable ternura-. Nunca he
agradecido.... nunca he ama do..., nunca he sentido lo que por vos siento...
нCompadecedrne! ... ЎDecнdmelo! ... ЎMi corazуn se ablanda al escuchar vuestra
voz entristecida! Y era verdad. La condesa, exaltada por el terror en aquel
supremo trance, atribulada por los remordimientos, temerosa del castigo,
desposeнda de cuanto habнa constituido su orgullo y sus aficiones sobre la
tierra, empezaba a sentir los primeros suspiros de un alma que hasta entonces
habнa permanecido escondida y silenciosa allб en los ъltimos бmbitos de su
mente; alma siempre insultada, pero rica en paciencia y heroнsmo; alma, en fin,
comparable a la triste hija de padres criminales y viciosos que piensa, calla,
se oculta de su vista y llora en rincones de la casa, hasta que un dнa, al
primer sнntoma de arrepentimiento que nota en ellos, recobra el valor, corre a
sus brazos, y les deja oнr su voz pura y divina, cбntico de alondra, mъsica del
cielo, que parece saluda el amanecer de la virtud despuйs de las tinieblas del
pecado...
-ЎMe preguntбis quiйn soy! -respondiу Gil comprendiendo todo esto- ЎYa no lo sй
yo! Era vuestro
mortal enemigo; pero ahora ya no os odio. ЎHabйis oнdo la voz de la verdad....
la voz de la muerte ..Ў y vuestro corazуn ha respondido! ЎDios sea loado! ЎYo
venнa a este lecho de dolor a pediros la felicidad de mi vida.... y ya me irнa
gustoso sin ella porque creo haber labrado vuestra felicidad ... , porque he
salvado vuestra alma! Ўjesъs divino: he aquн que he perdona do las injurias y
hecho el bien a mi enemigo! ... Estoy satisfecho---.; soy feliz... ; no pido
mбs.
-їQuiйn eres, misterioso y sublime niсo? їQuiйn eres tъ, tan bueno y tan
hermoso, que vienes como un бngel a la cabecera de mi lecho de agonнa, y me
haces tan dulces mis ъltimos momentos? -preguntу la condesa, cogiendo con ansia
las manos de Gil Gil.
-ЎYo soy el Amigo de la Muerte.... -respondiу el joven-. No extraсйis, pues, que
serene vuestro corazуn. Yo os hablo en nombre de la Muerte, y por eso me habйis
creнdo. Yo he venido a vos delegado por aquella divinidad piadosa que es la paz
de la tierra, que es la verdad de los mundos, que es la redentora del espнritu,
que es la mensajera de Dios, que lo es todo, menos el olvido. El olvido estб en
la vida, condesa, no en la muerte. Recordad... y me conocerйis.
-ЎGil Gil! -exclamу la condesa, perdiendo el sentido.
-їSe ha muerto? -preguntу el mйdico a la Muerte.
-No. Aъn le queda media hora.
-Pero... їhablarб todavнa?
-ЎGil!... -suspirу la moribunda.
-Acaba... -aсadiу la Muerte.
El joven se inclinу sobre la condesa, cuyo hermoso semblante resplandecнa con
una belleza nueva, inmortal, divina; y de aquellos ojos, donde el fuego de la
vida se quebraba en lбnguidas v melancуlicas luces; de aquella boca anhelante v
entreabierta que la fiebre coloreaba; de aquellas manos suaves y ardorosas; de
aquel blanco cuello que se extendнa hacia йl con нnfнnita angustia, recibiу tan
elocuente expresiуn de arrepentimiento y ternura, tan нntima caricia y frenйtico
ruego, tan infinita y solemne promesa, que, sin vacilar un instante, apartуse
del lecho, llamу al duque de
Monteclaro, al arzobispo y a otros tres nobles de los muchos que habнa en la
cбmara, y les dijo:
-Escuchad la confesiуn pъblica de un alma que vuelve i Dios.
Los personajes susodichos se acercaron a la moribunda, arrastrados mбs por el
inspirado rostro que por las palabras de Gil Gil.
-Duque -murmurу la condesa al ver a Monteclaro-, mi confesor tiene una llave...
Seсor... -
contнtuу volviйndose al arzobispo-, pedнdscla... Este niсo, este mйdico, este
бngel, es hijo natural reconocido del conde de Rionuevo; mi difunto esposo,
quien, al morir, os escribiу una carta, duque, pidiйndoos para йl la mano de
Elena. Con esa llave.. . en mi alcoba.. . todos los papeles... ЎYo lo ruego!.. .
н Yo lo mando! ...
Dijo, y cayу sobre la almohada sin luz en los ojos, sin aliento en los labios,
sin color en el semblante.
-Va a expirar... -exclamу Gil Gil-. Quedad con ella, seсor... -aсadiу,
dirigiйndose al arzobispo-.
Y vos, seсor duque, escuchadme.
-Aguarda... -dijo la Muerte al oнdo de nuestro joven.
-їQuй mбs? -respondiу йste.
-ЎNo la has perdonado! ...
-ЎGil Gil! ... ЎTu perdуn!... -tartamudeу la moribunda.
-ЎGil Gil! -exclamу el duque de Monteclaro
їEres tъ?
-Condesa, Ўque Dios os perdone como yo os perdono! ... ЎMorid en paz! -dijo con
religioso acento el hijo de Crispina Lуpez. En esto se inclinу la Muerte sobre
la condesa y puso los labios en su frente...
Aquel beso resonу en el pecho de un cadбver. Una lбgrima frнa y turbia corriу
por el rostro de la
muerta. Gil enjugу las suyas y respondiу al de Monteclaro:
-Sн, seсor duque; yo soy.
El arzobispo rezaba fъnebres oraciones a la cabecera del lecho. Entretanto, la
Muerte habнa desaparecido.
Eran las doce de la noche.
 
X
HASTA MAСANA
-Buscad esos papeles, seсor duque --dijo Gil Gil---, y hacedme la merced de
hablar con Elena.
-ЎVenid, seсor doctor, venid! El Rey se muere... -exclamу don Mнguel de Guerra
interrumpiendo al
Amigo de la Muerte.
_Seguidrne, seсor duque. .. --dijo el joven con gran respeto- Han dado las doce,
y puedo comunicaros una noticia muy importante, no sй si buena o mala. Esto es:
puedo deciros si Luis I morirб o no morirб durante el dнa que principia en este
momento. En efecto; ya habнa empezado el dнa 31 de agosto, en que Luis I debнa
entregar su espнritu al Criador.
Gil Gil tuvo la certeza de ello al ver que la Muerte se hallaba de pie, en medio
de la cбmara, con los ojos fijos en el regio enfermo.
-Hoy muere el Rey... --dijo Gil Gil al oнdo de Monteclaro- Esta noticia es el
regalo de boda que
hago a Elena. Sн conocйis el valor de tal regalo, guardadlo en secreto, y
sнrvaos de regla de conducta con Felipe V.
-Elena estб prometida a otro... -replicу el duque. -El sobrino de la condesa de
Rionuevo ha muerto
esta tarde -interrumpiу Gil Gil.
-ЎOhI їQuй es esto que nos pasa? -exclamу el duque-. їQuiйn eres tъ, a quien yo
conocн niсo, y
que ahora me espantas con tu poder y tu ciencia?
-La Reina os llama... -dijo en este momento una dama al duque de Monteclaro, el
cual permanecнa absorto. Aquella dama era Elena. El duque se acercу a la Reina,
dejando solos en medio de la cбmara a los dos amantes. No solos, pues a tres
pasos de ellos estaba la Muerte.
Elena y Gil Gil quedaron de pie mirбndose, sin acertar a decirse una palabra,
como asustados de verse, como si temieran que su mutua presencia fuese un sueсo
del que despertarнan al tenderse la mano o al lanzar el mбs leve suspiro. Ya
otra vez, aquella tarde, al encontrarse en aquel
mismo sitio, ambos experimentaron, en medio de su inefable alegrнa, cierta
secreta angustia, semejante a la que sentirнan dos amigos que, al cabo de mucho
tiempo de total ausencia, se reconociesen en una cбrcel, al clarear el dнa del
suplicio, cуmplices sin saberlo de un delito fatal o vнctimas ambos de idйntica
persecucнуn... Tambiйn pudiera decirse que el doloroso jъbilo con
que se reconocieron Gil y Elena fue semejante al amargo placer con que el
cadбver de un marido celoso (si los cadбveres sintiesen) sonreirнa dentro de la
tumba al oнr abrir una noche la puerta del cementerio y comprender que era el
cadбver de su esposa el que llevaban a enterrar...
«-ЎYa estбs aquн! --dirнa el pobre muerto-; Ўya estбs aquн! ... Hace cuatro aсos
que cuento solo las
noches y los dнas, pensando en lo que harнas en el mundo, tъ, tan hermosa y tan
ingrata, que te
quitarнas el luto al aсo de mi muerte. ЎMucho has tardado! ... Pero ya estбs
aquн. Si entre nosotros no es ya posible el amor, en cambio tampoco son posibles
las infidelidades, y muchнsimo menos el olvido... ЎNos pertenecemos
negativamente! Aunque nada nos une, estamos unidos, puesto que nada nos separa.
A los celos, a la incertidumbre, a las zozobras de la vida ha sustituido una
eternidad de amor o de recuerdos. ЎTodo te lo perdono!»
Estas ideas, si bien dulcificadas un tanto por la suavidad de los caracteres de
Gil y Elena, por la inocencia de ella, por la alta inteligencia de йl y por la
elevada virtud de ambos, lucнan en el alma de los dos amantes Como fъnebres
antorchas, a cuya luz veнan un porvenir Ўlimitado de pacнfico amor, que nadie
podrнa turbar ni destruir, a menos que todo lo que les pasaba fuese un fugitivo
sueсo.
Mirбtonse, pues, mucho tiempo con fanбtica idolatrнa. Los ojos azules de Elena
se abismaban en los oscuros ojos de Gil Gil, como el alto cielo envнa
inъtilmente sus claridades a las tinieblas  
Asн hubieran permanecido no sabemos cuбnto tiempo, creemos que toda la
eternidad, si la Muerte no hubiera llamado la atenciуn a Gil Gil.
-їQuй me quieres? -murmurу el joven.
-їQuй he de querer? -respondiу la Muerte-.
ЎQue no la mires mбs!
-ЎAh! ЎTъ la amas! -exclamу Gil con indecible angustia.
-Sн... -contestу la Muerte con dulzura.
-ЎPiensas arrebatбrmela!
-ЎNo! Pienso unirte a ella.
-Un dнa me dijiste que no la estrecharнan otros brazos que los tuyos o los
mнos... -murmurу Gil Gil
con desesperaciуn-. їDe quiйn va a ser antes?
їMнa o tuya? ЎDнmelo!
-ЎTienes celos de mн!
-ЎHaces rnal!... -replicу la Muerte.
-їDe quiйn va a ser antes? -repitiу el joven cogiendo las heladas manos de su
amigo.
-No te puedo responder. Dios, tъ y yo, nos la disputamos... Pero no somos
incompatibles.
-ЎDime que no piensas matarla! ... ЎDime que me unirбs a ella en este mundo! ...

-ЎEn este mundo! -repitiу la Muerte con ironнa-. Serб en este mundo... Yo te lo
prometo.
-їY despuйs?
-Despuйs... serб de Dios.
-їY tuya? їCuбndo?
-Mнa... ЎLo ha sido ya!
-Me vuelves loco. їElena vive?
-ЎLo mismo que tъ! -replicу la Muerte.
-Pero... їvivo yo?
-Mбs que nunca.
-ЎHabla, por piedad!
-Nada tengo que decirte... Todavнa no podrнas comprenderme. їQuй es el morir?
їTe lo has explicado? їQuй es la vida? їTe la has explicado alguna vez? Pues sн
ignoras el valor de esas palabras, їa quй me preguntas si estбs muerto o vivo?
-Pero їlas entenderй alguna vez? -exclamу Gil Gil desesperado.
-Sн... Mafнana... -respondiу la Muerte.
-ЎMaсana! No te comprendo.
-Mafнana serбs esposo de Elena.
-ЎAh!
-Y vo serй quien os apadrine... -continuу la Muerte.
-ЎTъ! їPiensas acaso matarnos?
-Nada de eso. Maсana serбs rico, noble, poderoso, feliz... ЎMaсana tambiйn lo
sabrбs todo!
-їConque me amas? -exclamу Gil Gil,
-їSi te amo? -replicу la Muerte- ЎIngrato!
їCуmo lo dudas?
-Pues hasta maсana... -dijo Gil Gil, dando la mano a la terrible divinidad.
Elena seguнa de pie delante de Gil Gil.
-Hasta maсana... -respondiу ella, como si hubiese oнdo aquella frase, como si
respondiese a otra
secreta voz, como si adivinase los pensamientos del joven. Y se volviу
lentamente y saliу de la cбmara real. Gil se acercу al lecho del Rey. El duque
de Monteclaro, colocуse al lado de nuestro amigo, y le dijo a media voz:
-Hasta maсana... Sн muere el Rey, maсana se verificarб vuestro enlace con mi
hija. La Reina acaba
de participarme la muerte del vizconde de Rionuevo...
Yo le he anunciado vuestras bodas con Elena y las aplaude con todo su corazуn.
Maсana serйis el primer personaje de la corte si efectivamente baja hoy al
sepulcro Luis I.
-ЎPues no lo dudйis, seсor duque! -respondiу Gil Gil con acento sepulcral.
-Entonces Ўhasta maсana! -repitiу solemnemente Monteclaro.
 
XI
GIL VUELVE A SER DICHOSO, Y ACABA LA PRIMERA
PARTE DE ESTE CUENTO
Al dнa siguiente, el 1 de septiembre de 1724, a las nueve de la maсana,
paseбbase Gil Gil por una sala del palacio de Rнonuevo. Aquel palacio le
pertenecнa, puesto que ya era conde y estaba legitimado en virtud del testamento
y de mбs papeles de su padre, que el duque de Montecla
ro y el arzobispo de Toledo encontraron en el lugar que dijo la condesa.
Ademбs, la noche antes un mensajero le habнa entregado de parte de Felipe V,
quien al fin se decidнa a volver al trono de San Fernando, un tнtulo de mйdico
de cбmara, el nombramiento de Duque de la Verdad y treinta mil pesos en oro. En
fin: al otro dнa debнa verificarse su matrimonio
con Elena de Monteclaro. Por lo que respecta a la Muerte, Gil Gil la habнa
perdido completamente de vista desde la maсana anterior que saliу de palacio
llevбndose el alma de Luis I.
Sin embargo, nuestro joven recordaba que la implacable deidad le habнa ofrecido
apadrinarlo en su
casamiento con Elena, y ved la razуn de que se paseara tan pensativo.
-ЎHe aquн -decнa- que ya soy noble, rico y poderoso! ЎHeme aquн dueсo de la
mujer que idolatro! ... Y, sin embargo, no soy feliz. Anoche, al mirar a Elena,
y luego en mi ъltima plбtica con la Muerte, he creнdo entrever no sй quй
pavorosos misterios.
ЎYo necesito romper mis relaciones con el siniestro  numen que me ha protegido!
... Serб una ingratitud... ЎQue lo sea! ЎYa tendrб con el tiempo ocasiуn de
vengarse! No ... ЎNo quiero ver mбs a la Muerte!... Ў Soy tan feliz! ...
El nuevo duque pъsose a excogitar la manera de no tener amistad con la Muerte
sino en la ъltima hora de su vida. Es un hecho --continuaba- que yo no me morirй
hasta que Dios quiera. ЎLa Muerte, por sн y ante sн, no puede hacerme ningъn
daсo, dado que no estб en sus facultades acelerar mн fallecimiento ni el de
Elena! La cuestiуn, por tanto, es no verla, no oнrla a todas horas. Su voz me
espanta, sus revelaciones me desconsuelan, sus discursos me inspiran desprecio a
la vida y a las cosas. їCуmo harй yo para que no siga siendo mi pesadilla? ЎAh,
quй idea! ... La Muerte no se presenta sino donde tiene algo que matar... i
Viviendo en el campo.... sin ver gente.... solo con Elena.... mi enemiga me
dejarнa en paz hasta que, por decreto del Altнsimo, fuese directamente a
buscarnos a uno de los dos! Y entretanto, para no verla tampoco en Madrid,
vivirй con los ojos
vendados...
Entusiasmado con este ъltimo pensamiento nuestro joven radiу de alegrнa como si
acabara de salir de una larga enfermedad y se creyese asegurado sobre la tierra
hasta la consumaciуn de los siglos.
A la tarde siguiente, a las seis, Gil Gil y Elena de Monteclaro contrajeron
matrimonio en una hermosa quinta situada al pie del Guadarrama y perteneciente
al nuevo conde y duque.
A las seis y media regresу a Madrid la comitiva, y quedaron solos nuestros
desposados en un frondosнsimo jardнn. El antiguo Gil Gil no habнa vuelto a ver a
la Muerte.
Y aquн pudiera terminar la presente historia, y, sin embargo, aquн es donde
verdaderamente principiarб a ser interesante y clara.
 
XII
EL SOL EN EL OCASO
Amaba y era atriada; adoraba y era adorada. Siguiendo la ley de la naturaleza,
las almas de los dos
amantes al confundirse la una con la otra, hubieran dejado de existir en la
embriaguez de la pasiуn si las almas pudieran morir. (Lord Byron.) .
Gil Gil y Elena se amaban, se pertenecнan, eran libres, estaban solos. Los
recuerdos de su infancia, los latidos de su corazуn, la voluntad de sus padres,
la fortuna, el nacimiento, la bendiciуn de Dios, todo los unнa, todo los
enlazaba. Los que se vieron con placer desde muy niсos; los que se prendaron
recнprocamente de su belleza cuando adolescentes; los que habнan llorado a unas
mismas
horas los tormentos de la ausencia, Gil y Elena, Elena y Gil; aquellas dos almas
inseparables por predestinaciуn, perdнan al fin, en hora tan mнstica y solemne,
su individualidad mнsera v solitaria para confundirse en un porvenir inmenso de
ventura, como dos rнos nacidos en una misma montaсa, y alejados uno de otro en
su tortuoso curso, se reъnen y se нdentifican en la soledad infinita del Ocйano.

Era por la tarde, pero no parecнa la tarde de un solo dнa, sino la tarde de la
existencia del mundo, la
tarde de todo el tiempo transcurrido desde la Creaciуn. El sol declinaba
melancуlicamente hacia el ocaso. Las esplendorosas luces de Poniente doraban la
fachada de la quinta, filtrбndose a travйs de los lujosos y verdes pбmpanos de
una extensa parra, especie de dosel que cobijaba a los dos nuevos esposos. El
aire sosegado y tibio, las ъltimas flores del aсo, las aves inmуviles en las
ramas de los бrboles, toda la naturaleza, en fin, asistнa muda y asombrada a la
muerte de aquel dнa, a aquella puesta del soj, como sн debнera ser la ъltima que
presenciasen los humanos; cual si el astro-rey no hubiera de volver al dнa
siguiente tan generoso y alegre, tan prуdigo de vida y juventud
como se habla presentado tantas maсanas consecutivas durante tantos miles de
siglos...
Dirнase que en aquel punto el tiempo se habнa parado; que las horas, rendidas de
su continua danza, se habнan sentado a descansar sobre la hierba y se contaban
las patйticas historias del amor y de la muerte,. como jуvenes pensionistas que,
fatigadas de jugar, hacen corro en el jardнn de un convento y se refieren las
aventuras de su niсez y los delirios de su adolescencia. Dirнase tambiйn que en
aquel momento terminaba un perнodo de la historia del mundo; que todo lo criado
se daba una despedida eterna: el pбjaro, a su nido; el cйfiro, a las flores; los
бrboles, a los rнos; el sol, a las montaсas; que la нntima uniуn en que todos
habнan vivido, prestбndose mutuamente color o fragancia, mъsica o movimiento, y
confundiйndose en una misma palpitaciуn de la existencia universal, habнase
interrumpido para siempre y que en adelante cada uno de aquellos elementos
quedarнa sometido a
nuevas leyes e influencias.
Dнrнase, en fin, que en aquella tarde iba a disolverse la asociaciуn misteriosa
que constituye la unidad y la armonнa de los orbes; asociaciуn que hace
imposible la muerte de la mбs fъtil de las cosas creadas; que transforma y
resucita continuamente la materia; que de nada prescinde; que todo se lo
identifica; que todo lo renueva y embellece. Mбs que nada y mбs que nadie
poseнdos de esta
suprema intuiciуn y de esta alucinaciуn extraсa, Gil y Elena, inmуviles tambiйn,
tambiйn silenciosos, cogнdos de la mano, atentos a la augusta tragedia de la
muerte de aquel dнa, ъltimo de sus desventuras, mнrбbanse con hondo afбn y ciega
idolatrнa, sin saber en quй pensaban, olvidados del universo entero, extбticos y
suspendidos, como dos retratos, como dos estatuas, como dos cadбveres.
Quizб creнan estar solos sobre la tierra; quizб creнan haberla abandonado...
Desde que desaparecieron los testigos de su casamiento; desde que expirу el
rumor de sus pasos a lo lejos del camino; desde que el mundo los abandonу
ompletamente, nada se habнan dicho, Ўnada!, absor
tos en la delicia de mirarse.
ЎAllн estaban, sentados en un banco de cйsped; rodeados de flores y verdura; con
un cielo infinito ante los ojos; libres y solitarios como dos gaviotas paradas
en medio de los desiertos del Ocйano sobre un alga mecida por las olas!
Allн estaban, embebidos en su mutua contemplaciуn; avaros de su misma dicha; con
la copa de la
felicidad en la mano; sin atreverse a llevar los labios a ella, temerosos de que
todo fuera un sueсo, o no codiciando mayor ventura por miedo de perder la que ya
sentнan...
ЎAllн estaban, en fin, ignorantes, vнrgenes, hermosos, inmortales, como Adбn y
Eva en el Paraнso antes del pecado! Elena, la doncella de diecinueve aсos, se
hallaba en toda la plenitud de su peregrina hermosura, o, por mejor decir,
hallбbase en aquel fugitivo momento de la juventud de la mujtr, en que,
poseedora ya de todos sus hechizos, conocedora de su propia naturaleza,
colmada de bendiciones del cielo y de promesas de felicidad, puede sentirlo todo
y aъn no ha sentido nada, es mujer y niсa al mismo tiempo... Rosa entre abierta
al generoso influjo del sol, que ha desplegado ya todas sus hojas, muestra todos
sus encantos y recibe los halagos del cйfiro, pero que aъn conserva aquella
forma, aquel color y aquel perfume que sуlo guardan los pъdicos pimpollos.
Elena era alta, de formas esbeltas y esculturales, toda bella, artнstica y
seductora. Su redonda cabeza, coronada de cabellos rubios, dorados hacia las
sienes y castaсos en lo mбs recio de sus ondas, se adelantaba valientemente
sobre un cuello blanco y torneado como el de Juno. Sus ojos azules parecнan
reflejar lo infinito del pensamiento increado. De aquellos ojos podнa decirse
que, por mucho que se los miraba, nunca se acababa de verlos. Tenнan algo del
cielo, ademбs del color y de la pureza.
Y era asн: en la mirada de Elena habнa una luz de eternidad, de espнritu puro,
de pasiуn inmortal,
que no pertenecнa a la tierra. Su tez, blanca y pбlida como el agua al
anochecer, ofrecнa la transparencia del nбcar, pero no reflejaba el rubor de la
sangre: sуlo alguna delgada vena, de color celeste, interrumpнa tan serena y
apacible blancura. Dijйrase que Elena era de mбrmol. Su rostro de бngel tenнa,
empero, boca de mujer. Aquella boca, bermeja como la flor del granado, hъmeda y
brillante como la cuna de las perlas, estaba, si puede decirse asн, anegada en
un vapor tibio y
voluptuoso como el suspiro que la mantenнa entreabierta. Hubiйrase, pues, podido
comparar tambiйn a Elena a la estatua labrada por Pigmaliуn, cuando, por primera
vez y para besar al artista, moviу los hechiceros labios...
Elena, en fin, vestнa de blanco, lo cual aumentaba la deslumbradora
magnificencia de su hermosura. Sin embargo, era una de esas mujeres que los
atavнos nunca logran disfrazar. Acontecнa con ella lo que con las nobles
Mнnervas paganas, que dejan adivinar, a travйs de sus vestiduras, las purнsimas
formas de la belleza olнmpica. La acabada y suprema beldad de la nueva esposa se
revelaba tambiйn en todo su esplendor, aun bajo la seda y los encajes. Parecнa
como que su cuerpo radiaba entre los pliegues del vestido blanco, al modo que
las nбyades y las nereidas ` iluminan con sus bruсidos miembros el fondo de las
olas.
Tal era Elena la tarde de sus bodas con Gil Gil... Y tal la miraba Gil Gil: Ўtal
era suya!
XIII
ECLIPSE DE LUNA
Nunca pusieran fin al triste lloro los pastores, ni fueran acabadas las
canciones que sуlo el monte oнa, si mirando las rubes coloradas, al transmontar
del sol, bordadas de oro, no vieran que era ya pasado el dнa. La sombra se veнa
venir corriendo apriesa, ya por la falda espesa del altнsimo monte...
(GARCILASO.)
ЎOh! Sн; el joven la miraba... como el ciego mi ra al sol; que no ve el astro,
pero siente el calor en
las muertas pupilas. Despuйs de tantos aсos de soledad y pena, despuйs de tantas
horas de fъnebres visiones, Ўйl, EL Amigo de la  Muerte, contemplбbase engolfado
en un ocйano de vida, en un mundo de luz, de esperanza, de felicidad!
ї Quй habнa de decir, quй habнa de pensar el desventurado, si todavнa no
acertaba a creer que existнa, que aquella mujer era Elena, que йl era su esposo,
que ambos habнan escapado a las garras de la Muerte?
-ЎHabla, Elena mнa! ... ЎDнmelo todo! --exclamу al cabo Gil Gil, cuando ya se
hubo puesto el sol y
los pбjaros interrumpieron el silencio-. ЎHabla, bien mнo! ...
Entonces le contу Elena todo lo que habнa pensado y sentido durante aquellos
tres ъltimos aсos; su pena cuando dejу de ver a Gil Gil; su desesperaciуn al
marchar a Francia; cуmo lo divisу, al partir, a la puerta de su palacio; cуmo el
duque de Monteclaro se habнa opuesto a este amor, de que le enterу la condesa de
Rionuevo; cуmo gozу al encontrarlo en el atrio de San Millбn hacнa tres dнas;
cuбnto sufriу al verlo caer herido por la terrible frase de la condesa...
ЎTodo..., todo se lo contу...; porque todo habнa aumentado su cariсo, lejos de
entibiarlo! Caнa la noche... y, a medida que se espesaban sus tinieblas,
calmбbase la secreta angustia que turbaba la dicha de Gil Gil.
«ЎOh! -pensaba el joven atrayendo a Elena sobre su corazуn- La Muerte ha perdido
mi rastro, y no
sabe dуnde me encuentro... ЎNo vendrб aquн, no! ... ЎNuestro amor inmortal la
ahuyentarнa! їQuй habнa de hacer la Muerte a nuestro lado? ЎVen, ven, noche
tenebrosa, y envuйlvenos en tu negro velo! ... ЎVen, aunque hayas de durar
siempre!... ЎVen, aunque el dнa de mafiana no amanezca nunca!
-ЎTiemblas..., Gil!... -balbuceу Elena-. ЎLloras!...
-ЎEsposa mнa! -murmurу el joven-. ЎMi bien!... » cielo! ЎLloro de felicidad!
Dijo, y, cogiendo en sus manos la hechicera cabeza de la desposada, fijу en sus
ojos una mirada нn
tensa, delirante, loca. Un hondo y abrasador suspiro, un grito de embriagadora
pasiуn, se confundiу entre los labios de Gil y de Elena.
' ЎAmor mнo! -tartamudearon los dos en el delirio de aquel primer beso, a cuyo
regalado son se es
tremecieron los espнritus invisibles de la soledad. En esto saliу sъbitamente la
luna, plena, magnнfica,
esplendorosa. Su fantбstica luz, no esperada, asustу a los dos esposos, que
volvieron la cabeza a un mismo tiempo hacia el Oriente, alejбndose el uno del
otro no sabemos por quй misterioso instinto, pero sin desenlazar sus manos
trйmulas y crispadas, frнas en aquel instante como el alabastro de un sepulcro.
-ЎEs la luna! -murmuraron los dos con enronquecido acento.
Tornaron a mirarse extбticamente, y Gil extendiу los brazos hacia Elena con un
afбn indefinible, con
tanto amor como desesperaciуn...
Pero Elena estaba pбlida como una muerta. Gil se estremeciу.
-Elena..., їquй tienes? --dijo.
-ЎOh, Gil!... -respondiу la niсa-. ЎEstбs muy pбlido!
En este momento se eclipsу la luna, como si una nube se hubiese interpuesto
entre ella y los dos
jуvenes... Pero, Ўay! ЎNo era una nube! ... Era una larga sombra negra, que,
vista por Gil Gil desde el cйsped en que se reclinaba, tocaba en los cielos y en
la tierra, enlutando casi todo el horizonte...
Era una colosal figura, que acaso agrandaba su imaginaciуn...
Era un terrible ser, envuelto en larguнsima capa oscura, el cual se hallaba de
pie, a su lado, inmуvil, si lencioso, cubriйndolos con su sombra ... ЎGil Gil
adivinу quiйn era! Elena no veнa al lъgubre personaje ... Elena seguнa viendo a
la luna.
 
XIV
AL FIN... Ў MЙDICO!
Gil Gil estaba entre su amor y la Muerte, o sea entre la muerte y la vida. Sн;
porque aquella lъgubre sombra que se habнa interpuesto entre йl y la luna,
nublando en el semblante de Elena los resplandores de la pasiуn, era la
divinidad de las tinieblas, la fiel compaсa de nuestro hйroe desde la triste
noche en que el entonces infortunado pensу suicidarse.
-ЎHola, amigo! -le dijo como aquella noche.
-ЎAh, calla!... -murmurу Gil Gil, tapбndose el rostro con las manos.
-їQuй tienes, amor mнo? -preguntу Elena reparando en la angustia de su esposo.
- i Elena! ... ЎElena! ... ЎNo te apartes de mн! -exclamу el joven
desesperadamente, rodeando con el brazo izquierdo el cuello de la desposada.
-Tengo que hablarte... -afiadiу la Muerte, cogiendo la mano derecha de Gil Gil y
atrayйndolo con
dulzura.
-ЎAh! ЎVen! ... ЎEntremos!... --decнa la joven, tirando de йl hacia la quinta.
-ЎNo! ЎVen! ... ЎSalgamos!... -murmuraba la Muerte, seсalбndole la puerta del
jardнn.
Elena no veнa a la Muerte ni la oнa. Este triste privilegio era sуlo del duque
de la Verdad.
-Gil..., Ўte estoy esperando!... -aсadiу el siniestro personaje. El desgraciado
se estremeciу hasta la medula de los huesos. Copiosas lбgrimas cayeron de sus
ojos, que Elena enjugу con su mano. Desprendiуse luego de los brazos de йsta, y
corriу desatentado por el jardнn, gritando entre desgarradores sollozos:
-ЎMorir, morir ahora! Elena quiso seguirle; pero, a causa, sin duda, del terror
que le causу el estado de su esposo, al dar el primer paso cayу sobre la hierba
sin sentido.
-ЎMorir, morir! -seguнa exclamondo el joven con desesperaciуn. -No temas...
-replicу la Muerte' acercбndosele con afabilidad-. Por lo demбs, es inъtil que
huyas de mн; la casualidad ha hecho que nos encontremos y no pienso abandonarte
asн como quiera.
-Pero їa quй has venido aquн? ---exclamу el joven con acento de furor,
enjugбndose las lбgrimas,
como quien renuncia a la sъplica, y quizб a la prudencia, v encarбndose con la
Muerte, no sin cierto aire de desafнo- їA quй has venido aquн? ЎResponde!
Y girу en torno la irritada vista como buscando un arma. Cerca de йl habнa un
azadуn perteneciente al jardinero; cogiуlo con mano convulsiva, lo levantу en el
aire como si fuera dйbil caсa (que la desesperaciуn habнa duplicado su fuerza),
y repitiу por tercera vez y con mбs ira que nunca:
-їA quй has venido aquн?
La Muerte lanzу una carcajada que debiйramos llamar filosуfica. El eco de
aquella risa se prolongу por mucho rato, repercutiendo en las cuatro tapias del
jardнn y remedando con su estridente son el chasquido de los huesos de muerto
cuando dan unos contra otros.
-ЎQuieres matarme! -exclamу por fin el ser en lutado- їConque la Vida se atreve
con la Muerte?
Esto es curioso... i Luchemos!
Dijo, y echando atrбs su larga capa negra, mostrу un brazo armado de otra
especie de azadуn (que mбs parecнa una hoz o guadafia) y se puso en guardia en
frente de Gil Gil. Tomу la luna el color amarillento de la cera que alumbra los
templos el Viernes Santo; alzуse un viento tan frнo, que hizo gemir de dolor a
los бrboles cargados de frutos; sinti6se el lejano ladrido de muchos perros, o
mбs bien largos aullidos de funeral augurio, v hasta pareciу oнrse allб, muy
alto, en la regiуn de las nubes, el destemplado son de innumerables campanas que
tocaban a muerto...
Gil Gil percibiу todas estas cosas y cayу de hinojos delante de su antagonista.
-ЎPiedad! ЎPerdуn! -le dijo con indescriptible angustia. -Estбs perdonado...
-respondiу la Muerte, ocultando su guadaсa.
Y como si todo aquel fъnebre aparato de la Naturaleza hubiera provenido del
furor de la negra divinн
dad, no bien luci6 una sonrisa en los labios de йsta, calmуse el frнo de la
atmуsfera, callaron las campanas, dejaron de aullar los perros y brillу la luna
tan dulcemente como al principio de la noche. -ЎHas pretendido luchar conmigo!
-exclamу la Muerte con buen humor- ЎAl fin, mйdico! Levбntate,
infeliz; levбntate, y dame la mano. Te he dicho ya que no temas nada por esta
noche.
-Pero їa quй has venido aquн? -repitiу el joven con creciente zozobra-. їA quй
has venido aquн?
їCуmo te hallo en mi casa? ЎTъ sуlo entras donde tienes que matar a alguien! ...
їA quiйn buscak?
-Todo te lo dirй... Sentйmonos un momento... -respondiу la Muerte, acariciando
las heladas manos
de Gil Gil. -Pero Elena... -murmurу el joven.
-Dйjala. En este momento estб dormida; yo velo por ella. Conque vamos a cuentas.
Gil Gil.... Ўeres un ingrato! ЎEres como todos! ЎUna vez en la cumbre, das un
puntapiй a la escalera por donde has subido! ЎOh! ЎTu conducta conmigo no tiene
perdуn de Dios! ЎCuбnto me has hecho padecer en estos ъltimos dнas! ЎCuбnto!
ЎCuбnto!
-ЎAy! ... ЎYo la adoro! -balbuceу Gil Gil.
-ЎTъ la adoras! ЎEso es! ... La habнas perdido para siempre; eras un miserable
zapatero, y ella se iba a casar con un magnate; me interpongo entre vosotros y
te hago rico, noble, afamado; te libro de tu rival; te reconcilio con tu enemiga
y me la llevo al otro mundo; te doy, en fin, la mano de Elena, y Ўhe aquн que en
este momento me vuelves la espalda, te olvidas de mн y te pones una venda en los
ojos para no verme! ... нlnsensato! ЎTan insensato como los demбs hombres!
ЎEllos, que deberнan estar viйndome siempre con la imaginaciуn, se ponen la
venda de las vanidades del mundo y viven sin dedicarme un recuerdo hasta que
llego a buscarlos! ЎMi suerte es bien desgraciada! ЎNo guardo memoria de haberme
acercado a un mortal sin que se haya asustado y sorprendido como si no me
esperase nunca! ЎHasta los viejos de cien aсos creen que pueden pasar sin mн!
Tъ, por tu parte,
que tienes el privilegio de verme con los sentidos fнsicos, y que no podrнas
olvidarte de mн asi como quiera, te pusiste el otro dнa ante los ojos un olvido
material, una venda de trapo, y hoy te encierras en un jardнn solitario y te
crees fibre de mн para siempre!
ЎImbйcil! ЎIngrato! ЎMal amigo! ЎHOMBRE..., y esto lo dice todo!
-Y bien... -tartamudeу Gil Gil, a quien la confusiуn y la vergьenza no habнan
hecho desistir de su
recelosa curiosidad-, їa quй vienes a mi casa?
-Vengo a continuar la misiуn que el Eterno me ha encomendado cerca de ti.
-Pero їno vienes a matarnos?
-De ninguna manera.
-ЎAh! ... Entonces. ..
-Sin embargo, ya que logro verte, o, por mejor decir, que tъ me veas, necesito
tomar ciertas
precauciones a fin de que no vuelvas a olvidarme.
-їY quй precauciones son йsas? -preguntу Gil temblando mбs que nunca.
-Necesito tambiйn hacerte ciertas revelaciones importantнsimas. ..
-нAh! ЎVuelve maсana!
-ЎOh! ... No. ЎImposible! Nuestro encuentro de esta noche es providencial.
-ЎAmigo mнo! ---exclamу el pobre joven.
-ЎY tan amigo! -respondiу la Muerte-. Porque lo soy necesito que me sigas.
-їAdуnde?
-A mi casa.
-ЎA tu casa! їConque vienes a matarme? ЎAh, cruel! ЎY йsa es tu amistad!
ЎEspantoso sarcasmo!
ЎMe haces conocer la ventura y me la arrebatas en seguida! ... їPor quй no me
dejaste morir aquella noche?
-ЎCalla, desgraciado! -replicу la Muerte con solemne tristeza- ЎDices que
conoces la felicidad! ...
ЎCуmo te engaсas! ЎA eso propendo yo! ЎA que la conozcas!
-ЎMi felicidad es Elena! ЎRenuncio a todo lo mбs!
-Maсana verбs mбs claro.
-ЎMбtame, pues! -gritу Gil, con desesperaciуn. -Serнa inъtil.
-ЎMбtala a ella entonces! ЎMбtanos a los dos!
-ЎCуmo deliras!
-ЎIr a tu casa, Dios mнo! Pero Ўdйjame siquiera despedirme de mi adorada!...
ЎDйjame decirle adiуs!...
-Accedo a ello ... ЎDespierta, Elena! ЎVen! ЎYo te lo mando! Mнrala ... Allн
viene...
-Y bien: їquй le digo? їA quй hora podrй volver esta noche?
-Dile.... que al amanecer os verйis.
-ЎOh! ЎNo! ... ЎYo no quiero estar contigo tantas horas! ... ЎHoy te tengo mбs
miedo que nunca!
-ЎCuidado conmigo!
-ЎNo te enojes! --exclamу el desconsolado esposo-. ЎNo te enojes, y di la
verdad! ... їNos veremos, en efecto, al amanecer Elena y yo?
La Muerte levantу solemnemente la mano derecha y mirу al cielo, mientras que su
triste Voz respondнa:
-Te lo juro.
-ЎOh! Gil... їQuй es esto? --exclamу Elena, avanzando por entre los бrboles,
pбlida, gentil y
resplandeciente como una personificaciуn mitolуgica de la luna. Gil, pбlido
tambiйn como un desenterrado, descompuesto el cabello, torva la mirada, anheloso
el corazуn, besу en la frente a Elena y dijo con acento sepulcral:
-Hasta maсana. ЎEspйrame, vida mнa!
-ЎSu vida! -murmurу la Muerte con honda compasiуn.
Elena levantу al cielo los ojos, baсados en dulces lбgrimas; cruzу las manos
poseнda de misteriosa angustia y repitiу con voz que no era de este mundo:
-Hasta maсana.
Y Gil y la Muerte se marcharon, y ella se quedу allн, entre los бrboles, de pie,
con las manos cruzadas y los brazos caнdos, inmуvil, magnнfica, intensamente
alumbrada por la luna. Parecнa una noble estatua sin pedestal, olvidada en medio
del jardнn.
 
XV
EL TIEMPO AL REVЙS
-Mucho tenemos que andar... --dijo la Muerte a nuestro amigo Gil luego que
salieron de la quinta- Voy a pedir mi carro. E hiriу con el pie el suelo. Un
sordo ruido, como el que precede al terremoto,
resonу debajo de la tierra. Alzуse luego alrededor de los dos amigos un vapor
ceniciento, entre cuya niebla apareciу una especie de carro de marfil por el
estilo de los que vemos en los bajorrelieves de la antigьedad pagana. A poco que
reparase cualquiera (no lo ocultaremos al lector), habrнa echado de ver que
aquel carro no era de marfil, sino pura y simplemente de huesos humanos, pulidos
y enlazados con exquisito primor, pero que no habнan perdido su forma natural.
Dio la Muerte la mano a-Gil y montaron en el carro, el cual se alzу por el aire
como los globos que
conocemos hoy, con la ъnica diferencia de que lo dirigнa la voluntad de los que
iban dentro.
-Aunque tenemos mucho que andar --continuу la Muerte-, ya nos sobra tiempo, pues
este carro volarб tanto como a mн se me antoje... ЎTanto como la imaginaciуn!
Quiero decir que iremos alternativamente deprisa y, despacio, procurando dar una
vuelta a toda la Tierra en las tres horas de que podemos disponer. Ahora son las
nueve de la noche en Madrid...
Caminaremos hacia el Nordeste, y asн evitaremos el encontrarnos desde luego con
la luz del sol...
Gil permaneciу silencioso. -ЎMagnнfico! ЎTe empefias en callar! -prosiguiу la
Muerte-. Pues hablarй yo solo. ЎVerбs quй pronto te distraen y te hacen romper
el silencio los espectбculos que vas a contemplar! ЎEn marcha!
El carro, que oscilaba en el aire sin direcciуn desde que nuestros viajeros
subieron a йl, pъsose en movimiento casi rozando con la Tierra, pero con una
velocidad indescriptible. Gil vio a sus plantas montes, бrboles, rнos,
despefiaderos, llanuras ... ; todo en revuelta confusiуn.
De vez en cuando alguna hoguera le revelaba el albergue de sencillos pastores;
pero mбs frecuente
mente el carro pasaba algo despacio por encima de grandes masas pйtreas,
hacinadas en formas rectangulares, por entre las que cruzaba alguna sombra
precedida de una luz.... y al mismo tiempo se oнan taсidos de campanas que
doblaban a muerto o daban la hora, lo cual es casi lo mismo, y el canto del
sereno que la repetнa... Reнase entonces la Muerte y el carro volaba otra vez
sumamente deprisa.
A medida que avanzaban hacia Oriente la oscuridad era mбs densa, el reposo de
las ciudades mбs profundo, mayor el silencio de la Naturaleza. La luna huнa
hacia el ocaso como una paloma asustada, mientras que las estrellas cambiaban de
lugar en el cielo como un ejйrcito en dispersiуn.
-їDуnde estamos? -preguntу Gil Gil.
-En Francia... -respondiу la Muerte- Hemos atravesado ya mucha parte de las dos
belicosas
nacнones que tan encarnizadamente han luchado al principio de este siglo...
Hemos visto todo el teatro de la guerra de Sucesiуn... Vencidos y vencedores
duermen en este instante... Mi aprendiz, el sueсo, reina sobre los hйroes que no
murieron entonces en las batallas, ni despuйs de enfermedad o de viejos... ЎYo
no sй cуmo abajo no sois amigos todos los hombres! La identidad de vuestras
desgracias y debilidades, la necesidad que tenйis los unos de los otros, la
brevedad de vuestra vida, el espectбculo de la grandeza infinita de los orbes y
la comparaciуn de йstos con vuestra pequefiez, todo debнa uniros fraternalmente,
como seunen los pasajeros de un buque amenazado de naufragar. En йl no hay
amores, ni odios, ni ambiciones; nadie es acreedor ni deudor; nadie grande ni
pequeсo; nadie feo ni hermoso; nadie feliz ni desgraciado. Un mismo peligro los
rodea..  y mн presencia los iguala a todos. Pues bien: їquй es la Tierra, vista
desde esta altura, sino un buque que se va a pique, una ciudad presa de la peste
o del incendio?
-їQuй luces fatuas son esas que desde que se ocultу la luna veo brillar en
algunos puntos del
Globo terrestre? -preguntу el joven.
-Son cementerios... Estamos encima de Parнs. Al lado de cada ciudad, de cada
villa, de cada aldea viva hay siempre una ciudad, una villa o una aldea muerta,
como la sombra estб siempre al lado del cuerpo. La geografнa es doble, por
consiguiente, aunque vosotros jamбs hablйis sino de la mitad que os parece mбs
agradable. Con hacer un mapa de todos los cementerios que hay sobre la Tierra,
os bastarнa para explicar la geografнa polнtica de vuestro mundo. Sin embargo,
os equivocarнais en la cuantнa o nъmero de la poblaciуn: las ciudades muertas
estбn mucho mбs habitadas que las vivas: en йstas hay apenas tres generaciones,
y en aquйllas se hallan hacinadas a veces por centenares. En cuanto a esas luces
que ves brillar, son fosforescencias de los cadбveres,  por mejor decir, son los
ъltimos fulgores de mil existencias desvanecidas; son crepъsculos de amor, de
ambiciуn, de ira, de genio, de caridad; son, en fin, las ъltimas llamaradas de
la luz que se extingue, de la individualidad
que desaparece, del ser que devuelve sus sustancias a la madre tierra... Son, y
ahora es cuando acierto con la verdadera frase, lo que la espuma que forma el
rнo al fenecer en el Ocйano.
La Muerte hizo una pausa. Gil Gil sintiу al mismo tiempo un estruendo espantoso
bajo sus pies, como el trote de mil carros sobre largo puente de madera. Mirу
hacia la Tierra y no la encontrу, sino que vio en su lugar una especie de cielo
movible en que se abismaban. -їQuй es eso? -preguntу asombrado.
-Es el mar... ---dijo la Muerte-. Acabamos de cruzar la Alemania y entramos en
el mar del Norte.
-ЎAh! ... ЎNo!... -murmurу Gil, poseнdo de un terror instintivo- Llйvame hacia
otro lado... ЎQuisiera ver el sol!
-Te llevarй a ver el sol aunque retrocedamos para ello. Asн verбs el curiosнsimo
espectбculo del tiempo al revйs.
Girу al carro en el espacio y empezaron a correr hacнa el Sudoeste. Un momento
despuйs volviу a escuchar Gil Gil el ruido de las olas.
-Estamos en el Mediterrбneo --dijo la Muerte
Ahora cruzamos el estrecho de Gibraltar... i He aquн el ocйano Atlбntico!
-ЎEl Atlбntico! -murmurу Gil con respeto.
Y ya no vio sino cielo y agua, o, por mejor decir, cielo solamente. El carro
parecнa vagar en el vacнo, fuera de la atmуsfera terrestre. Las estrellas
brillaban en todas partes: bajo sus pies, sobre su cabeza, en derredor suyo....
dondequiera que fijaba la vista. Asн transcurriу otro minuto. Al cabo de йl
percibiу a lo lejos una lнnea purpъrea que separaba aquellos dos cielos, inmуvil
el uno y flotante el otro. Esta lнnea purpъrea convirtiуse en roja y luego en
anaranjada; despuйs se dilatу brillante como el oro, iluminando la inmensidad de
los mares. Las estrellas desaparecieron poco a poco...
Dijйrase que iba a amanecer. Pero entonces volviу a salir la luna... Sin
embargo, apenas brillу un momento, cuando la luz del horizonte eclipsу su
claridad...
-Estб amaneciendo... -dijo Gil Gil.
-Al contrario... -respondiу la Muerte-. Estб anocheciendo; sуlo que, como
caminamos detrбs del
sol y mucho mбs deprisa que йl, el ocaso va a servirnos de aurora y la aurora de
poniente... Aquн
tienes las lindas Azores. En efecto: un gracioso grupo de islas apareciу en
medio del Ocйano. La luz melancуlica de la tarde, quebrбndose entre nubes y
filtrбndose por la tiniebla de los rнos, daba
al archipiйlago un aspecto encantador. Gil y la Muerte pasaron sobre aquellos
oasis de los desiertos marinos sin detenerse un momento. - A los diez minutos
saliу el sol del seno de las olas, y levantуse un poco en el horizonte. Pero la
Muerte parу el carro, y el sol volviу a ponerse. Echaron a andar de nuevo, y el
sol tornу a salir. Eran dos crepъsculos en uno. Todo esto asombrу mucho a
nuestro hйroe. Anduvieron mбs y mбs, engolfбndose en el dнa y en el Ocйano. El
reloj de Gil seсalaba, sin embargo, las nueve y cuarto... de la noche, si asн
podemos decirlo. Pocos minutos despuйs la Amйrica del Norte surgiу en los mares.
Gil vio al paso los afanes de los hombres, que ya labraban los campos, ya se
deslizaban en buques por las costas, ya bullнan por las calles de las ciudades.
En no sй quй parte distinguiу una gran polvareda... Se daba una batalla. En otro
lado le hizo reparar la Muerte en una gransolemnidad religiosa... consagrada a
un бrbol, нdolo de aquel pueblo...
Mбs allб le designу a unos jуvenes salvajes, solos en un bosque, que se miraban
con amor... Luego desapareciу la Tierra otra vez, y penetraron en el mar
Pacнfico. En la Isla de los Pбjaros era mediodнa. Mil otras islas aparecieron a
sus ojos por todos lados. En cada una de ellas habнa costumbres, religiуn,
ocupaciones diferentes. ЎY quй variedad de trajes y de ceremonias!
Asн llegaron a la China, donde estaba amaneciendo. Este amanecer fue un
anochecer para nuestros via-jeros. Otras estrellas distintas de las que habнan
visto con anterioridad decoraron la bуveda celeste. La luna volviу a brillar
hacia Levante, y se ocultу en seguida. Ellos continuaban volando con mбs rapidez
que gira la Tierra sobre su eje. Cruzaron, en fin, el Asia, donde era de noche;
dejбronse a la izquierda las cordilleras del Himalaya, cuyas eternas nieves
brillaban a la luz de los luceros; pasaron por las orillas del mar Caspio;
viraron un poco hacнa la izquierda e hicieron alto en una colina al lado de
cierta ciudad, donde era medianoche en acitiel momento.
-- їQuй ciudad es йsa? -preguntу Gil Gil.
-Estamos en Jerusalйn -dijo la Muerte.
-їYa?
-Sн... Poco nos falta para haber dado la vuelta a la Tierra. Me detengo aquн
porque oigo las doce de la noche y yo no dejo de arrodillarme nunca a esta hora.

-їPor quй?
-Para adorar al Criador del Universo.
Y asн diciendo, descendiу del carro.
-Yo tambiйn quiero contemplar la ciudad de Dios y meditar sobre sus ruinas
-repu- Gil, arrodillбn-
dose al lado de la Muerte y cruzando las manos con fervorosa piedad. Cuando
ambos hubieron terminado aquella oraciуn, la Muerte recobrу su locuacidad y su
alegrнa, y, entrando otra vez en el carro precedida de Gil Gil, dijode esta
manera:
-Aquella aldea que ves sobre un monte es Getsemanн. En ella estuvo el Huerto de
las Olivas. A este
otro lado distinguirбs una eminencia coronada por un templo que se destaca sobre
un campo de estrellas...
ЎEs el Gуlgota! ЎAhн pasй el gran dнa de mi vida! ... Creн haber vencido al
mismo Dios..., y vencido lo tuve durante muchas horas... Pero, Ўay!, que tambiйn
fue en este monte donde, tres dнas despuйs, me vi desarmada y anulada al
amanecer de un domingo...
ЎJesъs habнa resucitado! Tambiйn presenciaron estos sitios, en la misma ocasiуn,
mis grancies combates personales con la Naturaleza ... Aquн fue mi duelo con
ella; aquel terrible duelo ... (a las tres de la tarde; me acuerdo
perfectamente) en que, no bien me vio blandir la lanza de Longinos contra el
pecho del Redentor, empezу a tirarme piedras, a desarreglarme los cementerios, a
resucitar los muertos... i Quй sй yo!
ЎCreн que la pobre Natura habнa perdido el juicio!
La Muerle reflexionу un momento; y, alzando luego la cabeza, con mбs seriedad en
el semblante, aсadiу:
-ЎEs la hora!... Ha pasado la medianoche. Vamos a mi casa y despachemos lo que
tenemos que hablar.
-їDуnde vives? -preguntу tнmidamente Gil
-ЎEn el Polo Boreal! -respondiу la Muerte-.
ЎAllн donde nunca ha pisado ni pisarб pie humano! ...
нEntre nieves y hielos tan viejos como el mundo!
Dicho esto, la Muerte puso el rumbo hacia el Norte, y el carro volу con mбs
celeridad que nunca.
El Asia Menor, el mar Negro, la Rusia y el Spitzberg desaparecieron bajo sus
ruedas como fantбsticas visiones. lluminуse luego el horizonte de vistosнsimas
llamas, reflejadas por un paisaje de cristal de roca. Todo era silencioy
blancura sobre la Tierra... El resto del cielo estaba cбrdeno, salpicado de casi
imperceptibles astros.
ЎLa Aurora boreal y el hielo! ... He aquн toda la vida de aquella pavorosa
regiуn.
-Estamos en el Polo... --dijo la Muerte- He mos llegado.

XVI
LA MUERTE RECOBRA SU SERIEDAD
Si Gil Gil no hubiera visto ya tantas cosas extraordinarias durante su viaje
aйreo; si el recuerdo de
Elena no ocupase completamente su imaginaciуn; si el deseo de saber adуnde le
llevaba la Muerte no conturbase su contristado espнritu, ocasiуn muy envidiable
era en la que se veнa para estudiar y resolver el mayor de los problemas
geogrбficos: la forma y la disposiciуn de los polos de la Tierra.
Los lнmites misteriosos de los continentes y del mar polar, confundidos por
eternos hielos; la promi-
nencia o el abismo que, segъn opuestas opiniones, ha de sefialar el paso del eje
racional sobre el que gira nuestro globo; el aspecto de la bуveda estrellada, en
la cual distinguirнa entonces a un mismo tiempo todos los astros que esmaltan
los cielos de la Amйrica del Norte, de la Europa entera, del Asia, desde Troya
hasta el Japуn, y de la parte septentrional de los dos Ocйanos; el ardiente foco
de la aurora boreal, y, en fin, tantos otros fenуmenos como persigue la ciencia
inъtilmente hace muchos siglos a costa de mil ilustres navegantes que han
perecido en aquellas pavorosas regiones, hubieran sido para nuestro hйroe cosas
tan claras y manifiestas como la luz del dнa, y nosotros
podrнamos hoy comunicarlas a nuestros lectores...
Pero pues Gil no estaba para semejantes observaciones, ni nosotros podemos
hacernos cargo de cosa alguna que no tenga relaciуn con nuestro cuento, quй dese
el gйnero humano en su ignorancia respecto al Polo, y continuemos esta relaciуn.
Por lo demбs, con recordar nuestros lectores que a
la sazуn eran los primeros dнas de un mes de septiembre, comprenderбn que el sol
brillaba todavнa en aquel cielo, donde no habнa sido de noche ni un solo
нnstante durante mбs de cinco meses.
A su pбlida y oblicua luz descendieron del carro nuestros dos viajeros, y
cogiendo la Muerte la mano de Gil Gil, le dijo con afable cortesнa:
-Estбs en tu casa: entremos.
Un colosal tйmpano de hielo se elevaba ante sus ojos. En medio de aquel tйmpano,
especie de muro de cristal clavado en una nieve tan antigua como el mundo, habнa
cierta prolongada grieta que apenas permitнa pasar a un hombre.
-Te enseсarй el camino... -dijo la Muerte pasando delante.
El Duque de la Verdad se parу, no atreviйndose a seguir a su compaсero.
Pero їquй hacer? їAdуnde huir por aquel pбramo infinito? їQuй camino tomar en
aquellas blancas e interminables llanuras del hielo?
-ЎGil! їNo entras? --exclamу la Muerte.
Gil dirigiу al pбlido sol una ъltima y suprema mirada, y penetrу en el hielo.
Una escalera de caracol, tallada en la misma congelada materia, condъjole por
retorcida espiral hasta un vasto salуn cuadrado, sin muebles ni adorno alguno,
todo de hielo tambiйn, que recordaba las grandes minas de sal de Polonia o las
estancias de mбrmol de los baсos de Ispahбn" y de Medina`. La Muerte se habнa
acurrucado en un rincon, sentбndose sobre las piernas como los orientales.
-Ven acб, siйntate a mi lado y hablaremos -le dijo a Gil.
El joven obedeciу maquinalmente. Reinу un silencio tan profundo, que se hubiera
oнdo la respiraciуn de un insecto microscуpico si en aquella regiуn pudiese
existir ser alguno que no contase con la protecciуn de la Muerte. Del frнo que
hacнa, cuanto dijйramos serнa poco. Imaginaos una total ausencia de calor:
ultima negaciуn completa de vida; la cesaciуn absoluta de todo movimiento; la
muette como forma del ser, v aъn no habrйis formado idea exacta de aquel mundo
cadбver... ; o mбs que cadбver, puesto que no se corrornpнa ni se transfiguraba,
y no daba, por consiguiente,
pasto a los gusanos, ni abono a las plantas, ni elementos a los minerales, ni
gases a la atmуsfera.
Era el caos sin el embriуn del universo; era la nada bajo la apariencia de
hielos seculares.
Sin embargo, Gil Gil soportaba aquel frнo gracias a la protecciуn de la Muerte.
-Gil Gil... -exclamу йsta con reposado y majestuoso acento-, ha llegado la hora
de que brille ante
tus ojos la verdad en toda su magnнfica desnudez: voy a resumir en pocas
palabras la historia de nuestras relaciones y a revelarte el misterio de tu
destino.
-Habla... -respondiу Gil Gil denodadamente.
-Es indudable, amigo mнo --continuу la Muerte-, que quieres vivir; que todos mis
esfuerzos, que
todas mis reflexiones, que las revelaciones que te hago a cada momento, son
ineficaces para apagar en tu corazуn el amor a la vida...
-ЎEl amor a Elena querrбs decir! -interrumpiу el joven.
-El amor al amor... -replicу la Muerte-. El amor es la vida, la vida es el
amor... : no desconozcas esto... Y si no, piensa en una cosa que habrбs
comprendido perfectamente en tu gloriosa carrera de
mйdico y durante el viaje que acabamos de hacer. їQuй es el hombre? їQuй
significa su existencia? Tъ lo has visto dormir de sol a sol y soсar durmiendo.
En los intervalos de este sueсo, tenнa delante de sн doce o catorce horas
diarias de vigilia, que no sabнa en quй emplear. En una parte, lo has hallado
con las arinas en la mano matando semejantes suyos; en otra lo has visto cruzar
los mares a fin de cambiar de alimentos. Quiйnes se afanaban por vestirse de
este o de aquel color; quiйnes agujereaban la tierra y extraнan metales con que
adornarse. Aquн ajusticiaban a uno; allн obedecнan ciegamente a otro. En un
lado, la virtud y el derecho consistнan en tal o cual cosa; en otro lado,
consistнan en lo adverso. Йstos tenнan por verdad lo que aquйllos juzgaban
error. La misma belleza te habrб parecido convencional e imaginaria, a medida
que hayas pasado por Circasia, por la China, por el Congo o por los esquimales.
Tambiйn te serб patente que la ciencia es un experimento torpнsimo de los
efectos mбs inmediatos o una conjetura desatinada de las causas mбs recуnditas,
y que la gloria es una palabra hueca aсadida por la casualidad, nada mбs que por
la casualidad, al nombre de este o de aquel cadбver. Habrбs comprendido, en fin,
que todo lo que hacen los hombres es un juego de niсos para pasar el tiempo; que
sus miserias y sus grandezas son relativas; que su civilizaciуn, su organizaciуn
social, sus mбs serios intereses, carecen de sentido comъn;
que las modas, las costumbres, las jerarquнas, son humo, polvo, vanidad de
vanidades... Mas ї quй digo vanidad? ЎMenos aъn! ЎSon los juguetes con que
entretenйis el ocio de la vida; los delirios de un calenturiento; las
alucinaciones de un loco! Niсos, ancianos, nobles, plebeyos, sabios, ignorantes,
hermosos, contrahechos, reyes, esclavos, ricos, mendigos..., todos son iguales
para mн: todos son puсados de polvo que deshace mi aliento. ЎY aъn clamarбs por
la vida! ЎY aъn me dirбs que deseas permanecer en el mundo! ЎY aъn amarбs esa
transitoria apariencia!
-ЎAmo a Elena!... -replicу Gil Gil.
-ЎAh! Sн... -continuу la Muerte ' . La vida es el amor; la vida es el deseo...
Pero el ideal de ese
amor y de ese deseo no debe ser tal o cual hermosura de barro... ЎIlusos, que
tomбis siempre lo prуximo por lo remoto! La vida es el amor; la vida es el
sentimiento; pero lo grande, lo noble, lo revelador de la vida, es la lбgrima de
tristeza que corre por la faz del reciйn nacido y del moribundo, la queja
melancуlica del corazуn humano que siente hambre de ser y pena de existir, la
dulcнsima aspiraciуn a otra vida, o la patйtica memoria de otro mundo. El
disgusto y el malestar, la duda y la zozobra de las grandes almas que no se
satisfacen con las vanidades de la Tierra, no son sino un presentimiento de otra
patria, de una mбs alta misiуn que la ciencia y el poder; de algo, en fin mбs
infinito que las grandezas temporales de los hombres y que los hechizos
deleznables de las mujeres. Fijйmonos ahora en ti y en tu historia, que no
conoces; descendamos al misterio de tu anуmala
existencia; expliquemos las razones de nuestra amistad. Gil Gil, tъ lo has
dicho; de cuantas supuestas felicidades ofrece la vida, una sola deseas, y es la
posesiуn de una mujer. ЎGrandes conquistas he hecho en tu espнritu, por
consiguiente! Ni poder, ni riquezas, ni honores, ni gloria..., nada sonrнe a tu
imaginaciуn...
Eres, pues, un filуsofo consumado, un cristiano perfecto... y a este punto he
querido encaminarte... Бhora bien, dime: si esa mujer hubiera muerto, їsentirнas
el morir?
Gil Gil se levantу dando un espantoso grito.
-ЎCуmo! -exclaniу- їElena... ?
-Cбlmate... ontinuу la Muerte-, Elena se halla tal como la dejaste... Hablamos
en hipуtesis. Asн,
pues, contйstame.
-ЎAntes de matar a Elena, quнtame la vida! He aquн mi contestaciуn.
-ЎMagnнfico! -replicу la Muerte- Y dime: si supieras tъ que Elena estaba en el
cielo esperбndote,
їno morirнas tranquilo, contento, bendiciendo a Dios y encomendбndole tu alma?
-ЎOh! Sн. ЎLa muerte serнa entonces la resurrecciуn! -exclamу Gil Gil.
-De modo... -prosiguiу el tremendo personaje que, con tal de ver a tu lado a
Elena, nada te importa lo demбs...
-ЎNada!
-Pues bien: Ўsбbelo todo! Hoy no es en el mundo catуlico el dнa 2 de septiembre
de 1724, como acaso te imaginas... Hace muchнsimos mбs aсos que tъ y yo somos
amigos...
---ЎCielos!їQuй me dices? їEn quй aсo estoy?
-El siglo dieciocho ha pasado, v el diecinueve, y el veinte, y algunos mбs. La
Iglesia reza hoy por San Antonio, y es el aсo de 2316.
_ ;Conque estoy muerto!
-Hace muy cerca de seiscientos aсos.
-їY Elena?
-Muriу cuando tъ. Tъ moriste la noche en que nos conocimos...
-їCуmo? їMe bebн el aceite vitriolo?
-Hasta la ъltima gota. En cuanto a Elena, muriу del sentimiento cuando supo tu
desgraciado fin. Hace, pues, seis siglos que los dos os hallбis en mн poder.
-ЎImposible! ЎTъ me vuelves loco! -exclamу Gil Gil.
-Yo izo vuelvo loco a nadie... -replicу la Muerte- Escucha, y sabrбs todo lo que
he hecho en tu
favor. Elena y tъ moristeis el dнa que te digo; Elena, destinada a subir a la
mansiуn de los бngeles el dнa del Juicio final, y tъ, merecedor de todas las
penas del infierno. Ella, por inocente y pura; tъ, por haber vivido olvidado de
Dios y alimentando viles ambiciones. Ahora bien: el juicio final se celebrarб
maсana, no bien den las tres de la tarde en Roma.
-ЎOh, Dios mнo! ... ЎConque se acaba el mundo! -exclarriу Gil Gil.
-ЎYa era tiempo! -replicу el formidable ser
Al fin voy a descansar---
-ЎSe acaba el mundo! -tartamudeу Gil Gil con indecible espanto.
-ЎNada te importe! Tъ no tienes ya nada que perder. Escucha. Viendo hoy que se
acercaba el Juicio final, yo (que siempre te tuve predilecciуn, como ya te dije
la primera vez que hablamos) y Elena, que te amaba en el Cielo tanto como te
habнa amado en la tierra, suplicamos al Eterno que salvase tu alma. «Nada debo
hacer por el suicida... -nos respondiу el Criador-: os confнo su espнritu por
una hora; me joradlo sн podйis. «ЎSбlvalo!» -me dijo Elena por su parte- Yo se
lo prometн y bajй a buscarte al sepulcro, donde dormнas hace seis siglos.
Sentйme allн, a la cabecera de tu fйretro, y te hice soсar con la vida. Nuestro
encuentro, tu visita a Felipe V, tus escenas en la corte de Luis I, tu
casamiento con Elena, todo lo has soсado en la tumba. ЎEn una sola hora has
creнdo pasar tres dнas de vida, como en un solo instante habнas pasado
seiscientos aсos de muerte!
-ЎOh! ... No... ЎNo ha sido un sueсo! --exclamу Gil Gil.
-Comprendo tu extraсeza... -replicу la Muerte- ЎTe parecнa verdad! ... ЎEso te
dirб lo que es la
vida! Los sueсos parecen realidades, y las realidades, sueсos. Elena y yo hemos
triunfado. La ciencia, la experiencia y la filosofнa han purificado tu corazуn,
han ennoblecido tu espнritu, te han hecho ver las grandezas de la tierra en toda
su repugnante vanidad, y he aquн que huyendo de la muerte, como lo hacнas ayer,
no huнas sino del mundo, y que, clamando por un amor eterno, como lo haces hoy,
clamas por la inmortalidad. ЎEstбs redimido!
-Pero Elena... -murmurу Gil Gil.
-ЎSe trata de Dios! ... No pienses en Elena. Elena no existe ni ha existido
realmente jamбs. Elena
era la belleza, reflejo de la inmortalidad. Hoy que el Astro de verdad y de
justicia recoge sus resplandores, Elena se confunde con Йl para siempre. ЎA Йl,
pues, debes encaminar tus votos!
-ЎHa sido un sueсo! -exclamу el joven con indecible angustia.
-Y eso serб el mundo dentro de algunas horas: un sueсo del Criador.
Diciendo asн la Muerte, levantуse, descubriу su ca beza y alzу los ojos al
cielo.
-Amanece en Roma... -murmurу-. Empieza el ъltimo dнa. Adiуs. Gil... ЎHasta
nunca!
-ЎOh! ЎNo me abandones! -exclamу el desgraciado.
-«ЎNo ine abandones!», dices a la Muerte. ЎY ayer huнas de mн!
-ЎOh! ... ЎNo me dejes aquн solo, en esta regiуn
de desconsuelo! ... ЎEsto es una tumba! ... -їQuй? -repuso la negra divinidad
con ironнa-.
їTan mal te ha ido en ella seiscientos aсos?
-їCуmo? їHe vivido aquн?
-ЎVivнdo! Llбmalo como quieras. Aquн has dormido todo ese tiempo.
-їConque йste es mi sepulcro?
-Sн..., amigo mнo..., y, no bien desaparezca yo, te convencerбs de ello. ЎSуlo
entonces sentirбs todo
el frнo que hace en esta mansiуn!
-iAh!... ЎMorirй instantбneamente! -exclamу Gil Gil-. Estoy en el Polo boreal.
-No morirбs, porque estбs muerto; pero dormнrбs hasta las tres de la tarde, en
que despertarбs con todas las generaciones.
-ЎAmiga mнa!... -gritу Gil Gil con indescrнptible amargura . ЎNo me dejes o haz
que siga soсando! Yo no quiero dormir... ЎEse sueсo me asusta!...
ЎEste sepulcro me ahoga! ЎVuйlveme a aquella quinta del Guadarrama, donde
imaginй ver a Elena, y sorprйndame allн la ruina del universo!Yo creo en Dios, y
acato su justicia, y apelo a su misericordia... Pero volvedme a Elena!
-ЎQuй inmenso amor! --dijo la deidad-. Ў ha triunfado de la vida, y va a
triunfar de la muerte!
ЎЙl menospreciу la Tierra y menospreciarнa el Cielo! Serб como deseas, Gil
Gil... Pero no olvides tu alma...
-ЎOh! ЎGracias..., gracias, amiga mнa! ... ЎVeo que vas a llevarme al lado de
Elena!
-No; no voy a llevarte. Elena duerme en su sepulcro. Yo la harй venir aquн, a
que duerma a tu lado
las ъltimas horas de su muerte.
-ЎEstaremos un dнa enterrados juntos! ЎEs demasiado para mi gloria y mн ventura!
ЎVea yo a Elena;
уigala decir que me ama; sepa que permanecerб a mi lado eternamente, en la
Tierra o el Cielo, y nada me importa la noche del sepulcro!
-ЎVen, pues, Elena; yo lo mando! -dijo la Muerte con cavernoso acento, llamando
en la Tierra con
el pie. Elena, tal como quedу, al parecer, en el jardнn del Guadarrama, envuelta
en sus blancas vestiduras, pero pбlida como el alabastro, apareciу en medio de
la estancia de hielo en que ocurrнa esta maravillosa escena.
Gil Gil la recibiу arrodillado, inundado de lбgrimas el rostro, con las manos
cruzadas, fija una mirada de profunda gratitud en el apacible semblante de la
Muerte.
-Adiуs, amigos mнos... --exclamу йsta.-. ЎTu mano, Elena! -balbuceу Gil Gil.
-ЎGil mнo! -murmurу la joven, arrodillбndose al lado de su esposo.
Y con las manos enlazadas y los ojos levantados al cielo, respondieron al adiуs
de la Muerte con otro melancуlico adiуs. La negra divнnidad,se retiraba en tanto
lentatnente.
-ЎHasta nunca! -murmuraba la Amiga del hombre al alejarse.
-ЎMнo para siempre! -exclamaba Elena estrechando entre las suyas las manos de
Gнl Gil----~. ЎDios te ha perdonado, y viviremos juntos en el cielo!
---ЎPara siempre! -repitiу el joven con inefable alegrнa.
La Muerte desapareciу en esto. Un frнo horrible invadiу la estancia, e
instantбneamente Gil Gil y Elena quedaron helados, petrificados, inmуviles en
aquella religiosa actitud, de rodillas, cogidos de las manos, con los ojos
alzados al cielo, como dos magnнficas estatuas sepulcrales.

CONCLUSIУN
Pocas horas despuйs estallу la Tierra como una granada. Los astros mбs prуximos
a ella бtrajeron y se asimilaron los fragmentos de la deshecha mole, no sin que
la anexiуn les originase tremendos cataclismos, como diluvios, desviaciones de
sus ejes polares, etc.
La Luna, casi intacta, pasу a ser satйlite, no sй si de Venus o de Mercurio.
Entretanto se habнa verificado el juicio linal de la familia de Adбn y Eva, no
en el valle de Josafat, sino en el cometa llamado de Carlos V, y las almas de
los rйprobos fueron desterradas a otros planetas, donde hubieron de emprender
nueva vida... ї Quй mayor castigo?
Los que se purifiquen en esta segunda existencia alcanzarбn la gloria de volver
al seno de Dios el dнa que desaparezcan aquellos astros... Los que no se
purifiquen aъn habrбn de emigrar a otros cien mundos, donde peregrinarбn del
mismo modo que nosotros peregrinamos por el nuestro...
En cuanto a Gil y Elena, aquella tarde entraron en la Tierra de Promisiуn,
cogidos de la mano, libres
para siempre de duelo y penitencia, salvos y redimidos; reconciliados con Dios,
partнcipes de su bienaventuranza y herederos de su gloria, ni mбs ni menos que
el resto de los justos y de los purificados...
Por lo demбs, yo puedo terminar mн cuento del propio modo que terminan las
viejas todos los suyos diciendo que Fui, vine y no me dieron nada.
 
Guadix, 1852.